viernes, 9 de junio de 2017

La libertad de los Hijos de Dios

 

Libertad de los Hijos de Dios

 

P. Daniel Albarrán

 


Título: La libertad de los Hijos de Dios

Autor: Daniel Albarrán
Escrito en Barcelona, Anzoátegui, en febrero-marzo 2008

Portada: el mismo autor.
Dibujos: el mismo autor.

Depósito Legal: lf08120082002288
ISBN: 978-980-12-3237-7















1.      




Nos encontrábamos reunidos en la segunda sección de talleres de preparación para los días fuertes de la Semana Santa. Habíamos programado unos talleres de formación y de refrescamiento sobre el sentido de la Semana Santa en nuestra parroquia y estábamos en el segundo día de ellos, el segundo domingo de la Cuaresma.
         Esta vez la cantidad de los asistentes era menor a la del domingo anterior. Sobre todo los más jóvenes habían preferido no asistir al segundo día. Y había que ser respetuosos. De eso se trataba de respetar la libertad de los Hijos de Dios y de respetar las decisiones tomadas por cada grupo. Aunque nos hubiese gustado que el salón estuviese repleto como el primer domingo y si fuera posible con más participantes pues nos hubiese indicado que el primer día habría generado un boom publicitario por la intensidad con que se vivió. Pero, los hechos son los hechos, y, no lo que hubiésemos esperado. Estaban todos los que estaban y eran todos los que estaban. Ni más; ni menos. Tampoco eran muchos los que habían dejado de asistir. Tal vez cinco. No deja de ser un poco desalentador el no poder realizar el complejo de la gallina que quiere cobijar a todos sus polluelos bajo sus alas. Tal vez, positivo, sin embargo que nos sintiéramos con mucho espacio todavía debajo de las alas. Recovecos del fenómeno humano[1] y sus jugadas psicológicas[2]. Interesante, en todo caso.
         Pero se trataba de la libertad de los Hijos de Dios. Experiencia en la que hemos querido estar viviendo en nuestra parroquia desde hace algunos años atrás y que vivimos pregonando para insistir que cada quien es dueño de sus propias decisiones. Y  teníamos que aplicarlo en el caso presente, como en todos los casos procurábamos aplicar siempre. Esta vez no era la excepción.
         Éramos los que éramos y estábamos. Y en lo que estábamos. En el segundo día del taller de formación teológica sobre la semana Santa.
         En la pizarra del salón se había dibujado en la esquina superior izquierda una especie de maletín de viaje. No se había hecho ningún tipo de referencia al maletín, por lo menos de manera expresa. Esa era la intención. Dejar que ese dibujo del maletín hiciera su trabajo subliminal. No se había indicado ni llamado la atención ex profesamente, pero, todos los asistentes ya se habían detenido en el maletín.
         Otro detalle de señalar en esa mañana era que se había pedido que cada uno de los participantes se colocara un lápiz o lapicero en la boca y que lo mantuviera en la boca, entreapretándolo con los dientes, suavemente, durante toda la duración de la clase. Eso los tenía intrigado. Pero, lo hicieron, sin descartar la aplicación de la libertad de los Hijos de Dios, pues, había quien se lo había quitado del todo en el transcurso, y, quien se lo quitaba a intervalos. Tal vez, en la lucha de rebeldía y de sometimiento, al mismo tiempo. Más a favor de la dinámica de la clase.

Vino la lluvia de ideas. Todos apuntaban los comentarios que querían. Se había señalado que se hablaría sobre lo que sucede en Semana Santa y que era importante que quien quisiera opinar dijera lo que se le viniera a la mente en el momento sobre lo que sucede en Semana Santa. Tras un momento de silencio, tal vez aterrador porque pudiese haber mostrado la apatía de los participantes, alguien tomó la palabra y señaló: “Pasión, muerte y resurrección del Señor”. Se colocó el primer aporte en la parte superior derecha, en la columna de la derecha, pues se había dividido ese extremo del pizarrón en dos columnas con el marcador de pizarra. Apenas se distinguían las dos rayas de color azul, más bien azul pálido, porque casi ya no contenía nada el marcador para marcar, sino con forzada languidez como de dando ya lo último que tenía que dar. Se apuntó de la siguiente manera en el pizarrón: “P. M. R. Sr.”.  Lo que quería decir que y que se quería escribir “Pasión, muerte y resurrección del Señor”. Otro participante señaló: “Pascua”. Se apuntó en la siguiente línea debajo de la anterior. Esta vez se escribió tal cual y completo. Era más corta la palabra. “Celebración”, refirió otro. “Encuentro”, dijo otro-otro… Y empezaron las ideas a invadir con distintos tonos y volúmenes de voz en el salón esa mañana, e, igual, a señalarse en el pizarrón, de debajo de la anterior y de la anterior, en escalada tal como iban surgiendo de entre los participantes. Se iba acalorando y se tomaba impulso como en las subastas en donde el anterior es opacado por la oferta del siguiente y en donde cobra valor y más valor a medida que se oferta e  intervienen los que quieren comprar. Y entre alzada de mano y oferta se iban adentrando en la intensidad del tema, que giraba sobre qué es lo que sucede en la Semana Santa. Algunos ya se habían quitado, apenas habiendo empezado, el lápiz de la boca. Otros, hablaban para intervenir y se volvía a colocar el lápiz, como en instinto para no sentirse infractores de lo que se había pedido al comienzo de esa mañana.
         Al cabo de unos escasos siete o diez minutos las dos columnas que se habían colocado con las rayas hechas con el marcador en el extremo derecho del pizarrón estaban abarrotadas y ya no cabían más palabras. Las palabras estaban escritas unas en negro y otras en azul, y otras con los dos colores, de acuerdo con lo dejara marcar cada marcador, pues estaban dando lo último que tenían, y por lo opacos de sus colores indicaban que tal vez no dieran para escribir otra letra más. Pero, se negaban a por lo menos a admitir que no podrían rayar otro poquito, y, rayaban la siguiente como dando en ello el último suspiro y esfuerzo, y, así con la siguiente letra.

         Tal vez exagerando habría entre las dos columnas unas treinta frases con ideas completas cada frase. Mucho tema que había que desarrollar. Tal vez cabrían más si estrechasen con letras pequeñas y se colocaran en un extremo o en un lado o pegadito de esta parte o aquella. Los ánimos ya estaban como estaban y quien había dicho una idea al comienzo, en esos momentos de la reunión, ya había hecho tres o más ofertas, y, así uno y otro. Cada quien sentía que tenía que decir más. Tal vez, porque la oferta del anterior era mejor que la suya, o, tal vez, porque la idea del contrincante le había generado otra idea y otra y otra y era, entonces, oportuno levantar la mano o alzar la voz directamente sin protocolo como para tener compasión de los marcadores que no daban abasto para escribir lo que se estaba señalando. O, quizás, porque querían saber y comprobar con cual palabra y de quien se le daba el réquiem in pace a los marcadores, o por separado, o al mismo tiempo.
         Ya todo estaba dicho y apuntado en el pizarrón. Había más que decir y apuntar, sin duda. Pero, los marcadores ya no garantizaban más de más y había que guardar un resto para más adelante. Todos los participantes estaban sumergidos en el tema. Algunos todavía mantenían el lápiz en la boca. Quizás algunos los estaban apretando más sin percatarse de ello. Las risotadas no se hacían esperar. No faltaba quien dijera algo ocurrente y quien lo continuara, acompañado de risotadas espontáneas y bulleras, lo que indicaba que el ambiente era más que muy bueno.
         Todo a punto de chocolate, como dice la canción.




2.     

         Alguno que otro llegaba una vez comenzado. Se abría la puerta de hierro pintada de color amarillo con pintura de aceite. Hacía su característico ruido cuando se abría y se cerraba y se sentía clarito el sonido cuando encajaba la cerradura de la misma en su respectivo dispositivo en la parte lateral. Todos se percataban de los que iban llegando tarde pues era inevitable el anuncio que hacía el ruido de la puerta, pero, todos seguían en lo que estaban, lo que indicaba que el ambiente estaba en lo que estaba y era más que positivo. En lo que se estaba. Tampoco se podía negar que no dejaría de haber alguno o algunos que no estaban porque no se trataba de la presencia corporal. Pero, cada cual viaja con lo que viaja…
         El que iba llegando una vez comenzado atravesaba todo el salón y buscaba una silla. Todos los demás estaban con un lápiz en la boca. Dos de los cuatro que llegaron una vez comenzado se habían percatado del lápiz y habían hecho otro tanto. Se llevaron un lápiz a la boca, sin preguntar que por qué todos o casi todos tenían un lápiz en la boca. Hacían lo que veían. Y este detalle hubiera sido muy interesante indagarlo justo en el momento final de esa mañana en el momento de las observaciones finales y aclaratorias y explicaciones. Pero, se pasó por alto por olvido o por lo que haya sido.
         Todos tenían su atención en el pizarrón. Por las posturas de los cuerpos se indicaba que todos estaban fijos y a la expectativa de las valoraciones de las palabras y frases que habían señalado y que se habían recogido y estaban escritas en el pizarrón. Las inquietudes tal vez serían entre otras, como por cuál palabra o frase se comenzaría, o cuál se resaltaría. Como diciéndose y diciendo en voz alta y pose orgullosa sin decirlo que vean que tenía razón que era lo que había dicho. Tal vez todos estarían sintiendo y diciéndose lo mismo, pero todos en silencio, y esperando que fuera como fuera pero que se empezara ya. Tal vez, esa era la expectativa.

         Se procedió a leerse en voz alta todas y cada una de las palabras y frases apuntadas en el orden en que estaban y habían sido anotadas. No se omitió ninguna en la lectura en voz alta. Eso aumentaba y contribuía a que el ambiente se fuese concentrando más en el pizarrón. Se dejaba oír alguna intervención oportuna y jocosa y ocurrente acompañada de risotadas. Pero nadie quitaba la vista del pizarrón.
         Una vez leídas todas, se notó como una especie de pregunta en el ambiente, como diciendo “y, ahora, qué”. Justamente porque todos estaban esperando que se comenzara por la frase que cada uno había señalado. No dejaría quien se quitara de una vez por todas el lápiz, los que todavía sentían la sensación del lápiz en la boca, porque algunos ni se percataban que casi se estaban tragando el lápiz que tenían en la boca, porque ese detalle ya les tenía sin cuidados. Y con ello, todo iba a pedir de boca, con lápiz y todo.
         El que estaba haciendo de moderador batió sus manos juntándolas en el frente a la altura de la cintura. Se frotó las manos llenas de nada y de aire y dio unas tres o cuatro palmotadas seguidas repitiendo el mismo ademán corporal acompañado con expresiones faciales en las que incluía movimientos con la boca y encorvamientos de las cejas, a la par con las palmotadas, como en una perfecta sincronización de movimientos. Se veía que lo estaba disfrutando y se veía que tenía toda la atención de todos los que estaban en esa mañana y eso le daba mucha seguridad para atreverse a hacer lo que iba a hacer. Necesitaba saber y comprobar que como el torero ya todo estaba preparado para la estocada final. Para ello había lidiado con el toro, lo había capoteado, antes lo había abanderillado, lo había hecho su rival enfrentándolo con su capa roja, lo había probado con giros de derecha y de izquierda, lo había tanteado con respeto al paso en el roce distanciado y cercano con su cuerpo, juego doblemente peligroso; le había exigido y sabía hasta dónde y de qué era capaz y había entendido que seguía siendo el rival al que tenía que respetar, porque eran de naturalezas distintas, pero que estaban el uno para el otro y en función de ambos en simultaneidad de tiempo y espacio. Poético tal vez pero real. Muy real también pero poético en la belleza de la sincronicidad y sintonía del momento presente vivido en su total plenitud e intensidad, en el que no hay otro momento que justo ese, sin añoranzas ni desfases sino lo que es, es. Tal vez las risotadas de los presentes en la intervención oportuna y espontánea y la satisfacción del tiempo y el espacio indicaban que así era. Estaban los que estaban en lo que estaban y como estaban. Justo en ese momento volvió a repetir el movimiento de manos llenas de aire y de nada con los movimientos faciales lo que se hacía presentir la plenitud en la identificación con el ahora como ahora y como ya.
         Todo estaba para el momento. Las facciones de los presentes también lo indicaban y se podría decir que casi repetían las expresiones y movimientos del moderador.
        


        


3.     

         El domingo anterior había sido de preparación prácticamente para este segundo domingo. Se había aplicado la metodología de la lluvia de ideas e igual se había colocado todas las ideas en el pizarrón. Esa vez los marcadores estaban más fuertes. La idea principal era que Semana Santa era una fiesta, y, sobre todo, que la Semana Santa es todos los días y no el tiempo dispuesto hacia el tercer-cuarto mes del año, como siempre.
Se venía insistiendo en la idea teológica de que la semana Santa es cada día y todos los días, ya que se celebra la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y ese es el misterio teológico de la Eucaristía, que es desde el dato histórico de ese acontecimiento en Jerusalén, y se celebra siempre y en eterno cada vez que se reúne la comunidad para conmemorar la última Cena de Jesús con sus discípulos. Obra, ciertamente, del Espíritu Santo en la Iglesia. Se había valorado la metodología de la Iglesia como sabia y maestra al colocar en tiempos relativamente fuertes tiempos preparativos para la toma de conciencia, a través del conocimiento y estudio y otras prácticas piadosas en el acercamiento de la comprensión de esa gran verdad. Se había recalcado la idea de manera insistente que la Semana Santa es todos los días. Tal vez esta idea teológica y medular del cristianismo en su auténtica fe había inquietado a algunos de los que se habían dado cita para el taller de formación. Y de eso se trataba: de ir creciendo en conocimiento y de ir liberando de tantas fantasías y añadidos la pura y maravillosa experiencia de la fe, a través de la Iglesia.
Dando un paso más osado se había tocado la idea de que la Eucaristía nos ayuda a ver y comprender la vida como una continua fiesta, a pesar de los pesares. Y esa expresión, a pesar de los pesares, venía haciendo eco en los oídos en los parroquianos, por lo menos, desde hacía quince años. Porque todo iba direccionado hacia el cargar la cruz con dignidad y gallardía. La cruz de cada día e individual. Sobre eso gira todo el contenido de los Evangelios en palabras de Jesús cuando invitaba a seguirlo y completado en el Viernes de crucifixión.
Experiencia que conlleva a seguirlo asumiendo la cruz, cada cual en la suya, a pesar de los pesares, para repetir la frase que les resonaba.
Ese eco suponía y exigía la toma de conciencia de las circunstancias de todos los días en el asumir la historia. Todo se resumía en la expresión popular del refrán de “primero la obligación, después la devoción”, invirtiendo con ello la posible práctica de una mucha devoción en aras de una evasión de la historia, es decir, la cruz de cada día y asumida. En ese sentido algunos estaban claros y convencidos de esa experiencia de fe y de historia sin separación y se habían levantado más temprano para dejar el almuerzo hecho y limpia la casa para poder asistir al taller de formación.
Esa experiencia, con todo y todo, tiene que llevar a que la vida se convierta en una fiesta en donde la celebración de la Eucaristía es la coronación de esa comprensión. Eso llevaba y lleva a que la Eucaristía se convierta en el clímax de la vida del cristiano.
De eso se había conversado en el primer domingo de los talleres de formación para la comprensión de la Semana Santa, que es todos los días. Se había comenzado a evidenciar una vez más que el hecho teológico de la celebración de la última Cena de Jesús con sus discípulos tenía su auténtica comprensión en la historia en asumir la vida con todas sus exigencias. Lo que llevaba a juntar en la misma experiencia de fe celebración y pasión incluyendo la muerte. No sin una, sino juntas. Y sin pretensión de competencia y sin poder evitar la comparación esa verdad conocida y aplicada hacía la diferencia de los participantes y parroquianos de esa comunidad parroquial en concreto de cualquier otra. Esa verdad lleva a que la vida sea una constante fiesta porque se trata de vivir en el Jardín del Edén, que es el mundo en el que nos ha puesto Dios a vivir para nuestro bien y universal, sin distinción. Siendo dueños o pretendiendo serlo de los espacios con la clara convicción de ser huéspedes porque el dueño es el dueño, con lo que significa el sentido del árbol prohibido.
Esa comprensión mental y verificación en los hechos diarios lleva a asumir la historia individual con gallardía. Verdades que llevan a estar en una constante fiesta o por lo menos a intentar estarlo, porque se trata de una disposición y un estilo de vida. Sólo esa disposición nos dispone para la comprensión de la Eucaristía como una fiesta existencial. Pero, tampoco en el sentido de la exageración y del fanatismo, porque ya sería justamente una evasión, sino de una exaltación gozosa y silenciosa al saborear que la vida tiene sentido con sus ayes y achaques del día a día, representado en la historia del viernes, que junto con Jesús es nuestro viernes, en dimensiones distintas y paralelas, pero teológicas. Y, aquí, estaba lo bello y la clave de esa compresión a la que llevaría el taller y la formación. En donde Jesús se convertiría en inspiración y modelo y en donde como Jesús tampoco se obviaría la experiencia del Huerto de los Olivos, desgarradora, terrible y reveladora del sentido del misterio de la existencia, que se niega y se abandona al mismo tiempo en la comprensión profunda de la vida asumida en su plenitud. Y eso es la experiencia de la vida como fiesta porque nos lleva a la historia misma para que desde ella comprendamos que tendremos que siempre volver a ella para tomar las fuerzas de la fidelidad a ella. Parecería un juego de palabras, pero, la vida iluminada por el sentido de Cristo como experiencia nos lleva a comprender que sin viernes no hay sábado en el sentido teológico y existencial de la historia.
El domingo anterior se había tratado toda esa gran verdad. Una fiesta, la Eucaristía. Una fiesta, la semana Santa. Una fiesta cada día. Una fiesta la historia asumida, pero sin disfraces y comparsas.
Se había insistido en la idea de fiesta y ésta en la cotidianidad sin quebrantamientos históricos. Sólo así se llegaría a la comprensión y asimilación del auténtico sentido del sentido de lo que es la Semana Santa. Tal vez el recordar el ya y el ahora de la evidencia y cumplimiento del anuncio del Reino de los Cielos como tarea totalmente histórica concreta. Sin evasiones y sin divisiones. Era una gran tarea y compromiso con la historia como interpretación de tomar la cruz y seguir al Maestro[3]. Trabajo de asimilación y de comprensión en su más auténtico sentido teológico. La fidelidad a esa comprensión comportaría, sin duda, la experiencia de la historia como una vida asumida en el sentido de fiesta existencial. Sin negar ni evadir los momentos del Huerto de los Olivos con sus incomprensiones circunstanciales pero con su añadido de abandono para entrar en la dimensión de la fe. Experiencia totalmente vivida como una verdadera experiencia dialéctica, de menos a más en constante repetición y vivencia en carne propia.
La idea de ver la vida asumida como una fiesta había tenido a todos entretenidos y entusiasmados, tal vez, por lo sublime de esa gran verdad. Para algunos, quizás, podría ser novedoso, pero, para otros, sería nada más que una simple confirmación de lo que ya sabían y vivían, con todo y todo y a pesar de los pesares. Es sorprendente evidenciar en muchos esa complementación existencial. Nuestra gente ya lo sabe y ya lo aplica al enfrentarse sin muchas complicaciones a esas verdades. No se podía negar entonces que el taller ya era un instrumento revelador en cierta manera de esa verdad vivida en muchos o en todos, para no hacer distinciones. Pero les revelaba que no estaban descubriendo ni el agua tibia ni nada por el estilo sino que se aplica más de lo que en verdad se cree. El sólo hecho de ser responsables en sus actividades diarias y el tomarse la vida como fuese viniendo en su plenitud evidenciaban lo mucho que en verdad se comprende esas verdades. Justo en esos momentos algunos o casi todos estaban experimentando una vivencia religiosa en su más auténtico sentido histórico. Tal vez les resonaría en sus recuerdos algunos pasajes de los evangelios como el de la pesca milagrosa en donde Jesús les pedía a los discípulos que volvieran a echar las redes, a pesar de que ya habían venido sin pescar nada y la experiencia había sido de un aparente fracaso. Pero, la voz y el mando decidido de Jesús con autoridad convencida era que había que volver a echar las redes, para significar e insistir que es a la historia a la que hay que volver porque en ella es donde encontraremos la comprensión de la propia historia. Experiencia religiosa, justamente, ahí, en la historia. No en otra realidad, porque sería, tal vez, una evasión.
Era inevitable que los ojos de casi todos brillasen un poquito más de la cuenta. Brillo que reflejaría que estaban comprendiendo y estaban experimentando lo fascinante que es la Palabra de Dios. Misteriosa y sencilla. Sencilla y misteriosa. Y sublime.
Era inevitable suponer que estaban entrampados por estas verdades. Si seguían ahí era porque lo estaban. Y, aún, cuando no estuviesen ya el solo hecho de asumir la vida en su plenitud significaba que lo vivían. Así de sencillo. Todo lo que se dijera de más, al respecto, era una redundancia.






4.     


         La idea del viaje había sido también resaltada en el primer domingo de los talleres. Se había hecho referencia a un libro con ese título y se había expuesto que la vida es un viaje en donde lo más importante no es el punto de llegada ni del de la partida, sino el mientras se viaja. Es decir, que todos los sitios son iguales, tanto del de donde se parte, como el a donde se llega. No hay diferencias radicales, sino de estructuras materiales. Y así es la vida.
         Muchas expectativas antes de partir de cualquier lugar para llegar  a cualquier otro sitio. Lo que hace que se desee viajar y moverse de un lugar a otro. La idea del viajar o del movimiento es lo que hace interesante ese deseo de transportarse y de dejar un lugar para ir a otro. Pero, al llegar al punto de destino se descubre esencialmente que era tan igual al lugar de donde se ha partido o salido. Al fin y al cabo, no hay diferencias. Precisamente, porque al llegar al lugar de destino se llega con la misma maleta que se ha partido del lugar que se salió. Y no se puede dejar la maleta o el maletín del viaje porque ese es el detalle de nuestra historia con su historial. El viajero que deja un sitio “A” llega tan igual a un sitio “B”. Nada ha cambiado en ese transcurso porque carga su propia maleta en la que lleva acumulada un poco de todo: de infancia, de formación de familia, de su ciudad, de su barrio, de sus traumas, de sus anhelos y esperanzas, de sus cosas que pueden ser pequeñas o grandes, ligeras o pesadas, pero que son y constituyen su propia maleta. Y entre viajero y viajero la diferencia es el tamaño de su maleta, entendiéndose que por su maleta se refiere a su propia carga emocional fruto de su historial en su historia.
         En el pizarrón se había dibujado la idea de manera gráfica y era un poco parecida a la que se señala aquí[4]:


         En donde “A” sería el lugar donde se estaba y de donde se parte o se quiere partir, y “B” el lugar a donde se va o se quiere llegar, sin faltar la maleta de viaje. Ambas ciudades, la de la partida y la de la llegada no tienen nada que las haga diferentes, sino que una tendrá puentes y edificios que la otra no tendrá; tendrá coloridos que la otra no, y otros muchos detalles que harán que se viva con más confort o comodidad, pero que no garantizan que así sea, ya que todo va a depender del viajero con su maleta en disposición de viajero.
         No se había dibujado la maleta y ese olvido obedecía caprichosamente a la intencionalidad intuitiva propia de la dinámica del taller. Se había hablado de la maleta y se había dejado para que cada quien se la imaginara como quisiera en el caso de que esa idea hiciera algún eco y trabajo en sus mentes. Esa comprobación se iría a verificar más adelante y que indicaremos en su preciso momento, porque no podemos dejar de querer que quien esté leyendo estas líneas, justo ahora, también siendo partícipe de los efectos del taller como si lo estuviese haciendo también (de hecho si está a estas alturas todavía leyendo e interesado en lo que está leyendo, ya es un indicativo de que lo está haciendo, en cierta manera… Por eso se escribe este libro).
         La vida es un viaje.
         Nos movemos. Nos trasladamos de “A” a “B”. Lo fascinante no es la llegada, porque todos sentimos como un no sé qué de desencanto cuando se llega a donde se iba. ¿Y esto era todo? podría ser la pregunta y la reacción existencial al llegar. Tantas ilusiones y fantasías que se habían hecho antes de partir se derrumban cuando se llega porque no es como se creía que era y es. Vienen las desilusiones y las confrontaciones con la realidad, porque las cosas son como son y no como hubiésemos querido que fueran. Un dejo de desánimo, tal vez, nos invade. Porque no hay diferencias entre A y B como lugares. La maleta…
         Pero, en ese mientras se preparaba o se prepara el viaje para salir de A hacia B como puntos referenciales de dos distancias, lo importante es la carga de emotividad y de fantasía que le ponemos al mientras se parte. Se llena la cabeza de fantasías y de proyecciones. Imaginamos que será de esta o de aquella forma y maneras. Nos imaginamos de esta u otra lo que nos imaginamos. Y sería muy cruel que no se realizara el viaje porque se nos quema abruptamente y de manera violenta un mundo de cosas deseadas y añoradas allá dentro, aumentado una lástima profunda por nosotros mismos y en cierta manera una repulsión automática por quienes nos engañaron, en caso de que haya podido ser una promesa. En ese mientras se prepara el viaje hasta nos compramos ropa nueva para tener que lucir distintos y como otros en la ciudad a donde vamos, como si con la ropa cambiara la situación, ya que todo depende del viajante y no del sitio. Pero nos hacemos una comprita porque no está de más. En todo caso nadie en absoluto notará que estamos estrenando porque nunca habíamos estado allá y si hubiésemos estado, igual sucedería.
         Con la realidad del viaje, muy en el fondo, nos hacemos la ilusión proyectada y más distante e imposible de que nos vamos a transformar. Que vamos a ser otros distintos de los que somos y estamos de donde estamos. Para algunos es pura ilusión porque nada cambiará. Tal vez se regrese con la maleta con más peso de lo que se partió. Y, peor, aún, con más divisiones porque se añora volver a la ciudad de donde se regresó porque sentimos que nos iba mejor que en la donde estamos y hemos debido estar siempre en sintonía con el tiempo y el espacio. Con toda seguridad se deseaba volver lo antes posible y no se perdía contacto con la ciudad de origen. Entonces, ni fuimos ni nos quedamos; e, igualmente, ni regresamos ni volvimos, sino que nos movimos con la maleta para ambos lados de la única situación: yo mismo. Precisamente porque el viajero siempre tiene su maleta, ya grande o pequeña, pero su maleta.
         Existe un cuento con una moraleja muy interesante que valdría la pena referir y contar, porque ilustra esa manera real de la disposición del hecho del viaje, en su sentido figurado, aplicado a la vida en todas sus dimensiones. El cuento es: estaba un viejito sentado en una plaza de un pueblo, como a las diez de la mañana. Tenía su sombrero apoyado en una de las rodillas y se cobijaba bajo las sombras de los árboles de la plaza. Por la plaza no pasaba nadie. Tan sólo el viento que soplaba y hacía que fuera más fresca la sombra para el viejito. Como a la media hora pasa justo frente al viejo un transeúnte que a todas vistas se veía que no era del pueblo, por su manera de caminar, por su vestimenta elegante y su peinado moderno, por su hablar y por su manera de saludar. Va directamente al viejito y después de darle los buenos días, sin más adornos, le preguntó que cómo era la gente de ese pueblo. Por la manera de preguntar y por el afán que tenía parecía que quería quedarse viviendo en ese pueblo. Llevaba prisa. El viejito con su calma refrescada por la sombra de los árboles de la plaza y por la familiaridad del asiento de cemento de la plaza en donde se sentaba todos los días, le contestó al transeúnte: “Y, ¿cómo es la gente del pueblo de donde usted viene, amigo?” El transeúnte tenía prisa y sin ni siquiera respirar profundo para tomar aliento contestó: “La gente de mi pueblo es: mala gente, son malos vecinos, no tienen consideración con nadie, son envidiosos y traicioneros, piden prestado y no pagan…. Y continuó con una letanía de cosas negativas del pueblo de donde venía…. El viejito después de escuchar con mucha calma, a la vez que le daba vueltas al sombrero con las manos, le contestó al transeúnte: “Así es la gente de este pueblo”. Y el transeúnte siguió su camino como si lo estuviesen esperando en algún lugar del pueblo. El viejito volvió a quedarse solo y ésta vez volvió a colocar su sombrero en la rodilla derecha como para que descansara de las manos y como si cubriese la rodilla para darle más sombra y frescura con el sombrero. Esta vez le tocaba el turno a la rodilla derecha pues ya había colocado el sombrero en la izquierda antes de la conversación con el transeúnte de la pregunta. No pasó media hora, cuando pasa un segundo transeúnte, que por todos los detalles externos era evidente que tampoco era del pueblo. Este segundo va directamente al viejo y después de saludar con cortesía le pregunta al viejito: “¿Cómo es la gente de este pueblo?” El viejito esta vez sin levantar el sombrero contestó mirando al segundo transeúnte: “¿Cómo es la gente de su pueblo?” “Son muy buenos vecinos, son muy solidarios, son muy considerados y respetuosos, son… son… y son…. Y prosiguió con una letanía de cosas buenas, alabando al pueblo de donde venía…. “Así es la gente de este pueblo”, contestó el viejito….
         La moraleja del cuento es que como se viene, se viene. Nada cambia. Si el pueblo de donde se viene es como es, igual será el pueblo a donde se llega… Nada cambia, sino la disposición. Igual sucede con la vida en todas sus dimensiones. Las ciudades A y B son las mismas con diferencias materiales. Lo que las hace diversas y distintas, o parecidas o idénticas, son los viajeros y sus disposiciones.
         En ese segundo día del taller no se había hecho la referencia al cuento del viejito, como tampoco, a la graficación en el pizarrón de la maleta.






5.     


         Para ese segundo día del taller había muchas expectativas. Se esperaba que vinieran algunos de los que no habían venido el primer domingo porque no habían podido. Se esperaba igualmente que hubiesen corrido la voz y que algunos se hubiesen animado por la convocatoria y por el efecto contagioso de los buenos comentarios que supuestamente habían despertado la experiencia del primer día. Todos los resultados inmediatos del primer día del taller arrojaban que así sería y que sería mejor, por lo menos en cantidad de los asistentes. No se había hecho más referencias ni invitaciones públicamente a la continuación del taller porque se consideraba que no era necesario, y, no le era. Ya lo que había sido, había sido. Y como había sido… Nada cambiaría la realidad.
         Así como el que viaja se hace y forma un mundo de expectativas de lo que será cuando llegue, igual había sucedido con lo que se esperaba del segundo día del taller. Por lo menos, aumentaría la cantidad de los asistentes, como si con ello cambiase la esencia y la intensidad del taller. Habrá muchos que vendrán. Eso era parte de las expectativas. La realidad era lo que iba a ser en cuanto a la cantidad. No por ello menguaría la intensidad del mismo. Y, en cierta manera, algunos habían sentido como un desencanto al ver que faltaban, sobre todo los más jóvenes. Pero es parte del hecho del viaje aplicado a esa circunstancia y a cualquiera de la vida.
         Eran los que eran y estaban. Los que no, pues, no estaban. No cambiaba ni cambiaría en nada la realidad del sitio a donde se iba. El segundo domingo era, en cierta manera, un sitio de llegada y era un viaje. No cambiaba nada. La realidad era el taller con su metodología.
         En ese segundo día se había colocado de manera aparentemente inapercibida un dibujo de un maletín en el extremo superior izquierdo del pizarrón. Y, así, si se había omitido el dibujo del maletín el primer día como parte de la dinámica y estrategia, ahora, con el mismo sentido, se colocaba un maletín. Y todos se habían percatado del dibujo en el pizarrón. Un poco a la manera como se dibuja aquí:



         En donde el cuadro grande grafica el pizarrón, y el maletín colocado en la parte superior izquierda al maletín, sin más, ni menos. Claro que no tan grande el maletín pero sea válido para graficar lo que se quiere en este momento. Se habían colocado todas las ideas que habían surgido en ese segundo día en la parte derecha, sin hacer para nada mención del maletín, porque era parte de la estrategia de la dinámica de esa mañana. Pero no era necesario porque todos se habían dado cuenta de ello y algunos hasta habían preguntado qué significaba el maletín. No se había dado ninguna respuesta hasta su debido momento, que era al final de esa sesión de esa mañana. El maletín estaba haciendo su trabajo subliminal. Era lo que se pretendía y se estaba logrando.
         No sólo el maletín estaba haciendo su trabajo. También el lápiz en la boca complementaba el trabajo que ya estaba haciendo aquel dibujo sin ninguna razón aparente. Eso hacía que aumentara la intriga. Algunos, si no todos, estaban más pendientes y atentos. Algunos miraban y se miraban entre sí como preguntándose muchas cosas. Las miradas furtivas que se entrecruzaban y se dejaban traslucir en algunos rostros indicaban que estaban intrigados y cuestionándose. Un mundo de mundos de cosas pasaban por las mentes por algunos más inquietos. Quizás para que no hablemos será lo del lápiz. Algunos, inclusive, veían en el maletín una mueca de sus caras por el hecho de mantener el lápiz en la boca. Y miraban, entonces, el maletín con cierto recelo, pero no dejaban de mirarlo porque lo tenían de frente al estar en el pizarrón. No podían evitar mirarlo.
         Todo transcurría mejor de lo que se había programado, por lo menos por parte del moderador que disfrutaba todo lo que estaba sucediendo en esa segunda mañana de ese segundo día del taller.





6.     
        
         Se esperaba, sin embargo, que los más jóvenes, y que eran los integrantes de uno de los coros de la parroquia, llegasen en el transcurrir de esa mañana. Pero, no llegaban, e, igualmente se les esperaba. Parte y elementos constitutivos de las expectativas que se habían hecho de ese viaje, que en nada cambiaría la realidad porque el viaje se estaba dando, con o sin ellos.
         Ya todas las ideas que habían salido en la metodología de lluvia de ideas estaban colocadas en el pizarrón. Se habían leído todas en voz alta sin omitir ninguna. No se había hecho ningún comentario sobre ninguna en particular y eso tenía a todos más a la expectativa porque se suponía que vendría el proceso de eliminación o crítica, en todo caso. No se había hecho. Y se notaba un no sé qué de inquietud y de intranquilidad. Algunos se movían un poquito más en sus asientos. Otros se pasaban las manos por los cabellos y con ello se hacía evidente el contagio de la situación del momento que era la expectación in crescendo, pero parte de lo que se quería, como para mantenerlos a todos en un vilo expectante.
         Ya cuando se consideró que era el momento, el moderador tomó un pito de color rojo que había pedido prestado para esa mañana, y que había colocado encima de la mesa-escritorio del salón. Tomó el pito (silbador) lo mostró a todos los presentes y les propuso la idea de ir sonando el pito en la medida en que se fueran analizando las ideas colocadas en el pizarrón e indicadas por los que habían intervenido. Todos dijeron que les parecía buena idea. Y, si no, pues era lo que se había programado como estrategia de grupo. Pero se quería tener a todos involucrados y para ello el moderador hacía que todo fuera muy fluido y espontáneo, previa preparación, por supuesto. Porque es importante apuntar a este respecto que si no hubiese habido preparación y estudio constante sobre el tema y su dinámica, todo hubiera sido un caos. No se pretende recoger determinadas frutas de un determinado árbol, si antes no se ha sembrado y cultivado ese árbol. Absurdo que fuese lo contrario. Iría en contra del sentido de la historia asumida. Por eso todo iba fluyendo con naturalidad y con sorpresa. Además, no se dá lo que no se tiene… Y para que haya pues hay que tener… O, sea, una constante confirmación de historia por historia… Una fiesta…
         El moderador siguió exponiendo su idea: vamos a analizar cada frase colocada con la ayuda de todos, y después la aprobaremos o desaprobaremos. Si no la aprobamos hacemos sonar el pito como en señal de alerta o como si fuese un fául (foul, falta; la colocamos como suena coloquialmente) para indicar que está mal, y, la tachamos con el marcador. Pidió la aprobación y el consentimiento de los asistentes que asintieron con un sí espontáneo, precisamente porque estaban más que involucrados con el desarrollo y desenvolvimiento. Era el momento una fiesta: estaban en lo que estaban y eso era muy importante para su historia existencial y psicológica. Sin negar que estaban tensionados hacia lo que fuese a suceder con las ideas que cada uno había aportado como para comprobar que estaban en lo cierto o no. Necesitaban en la inmediatez de ese transcurso de tiempo salir de esa duda: o habían hecho bien al señalar la frase que habían dicho o estaban equivocados. Tal vez esto era lo que los tenía a todos como con angustia momentánea y pasajera, pero angustia, igualmente. Tal vez resonaría en sus corazones agitados a esas alturas de la mañana, un rápido, a lo que vamos, ya… qué espera… al grano que es lo que nace. Había, sin embargo, otra posibilidad que es importante referir. Y era que no estuviesen de acuerdo con la eliminación de su frase y se generara una discusión a ultranza para defender sus derechos. Se trataba de libertad de expresión, además, del derecho de palabra para objetar y exponer razones de por qué tal o cual frase se había dicho y expuesto. Hubiera sido muy interesante en ese caso porque obligaría a estudiar más a fondo para comprender comprendiendo.
         Pero ya todo estaba como estaba. Se había sembrado el árbol específico y se pretendía recoger la fruta específica. Imposible que diese una fruta distinta de la familia y especie en concreto de lo que se había sembrado. Imposible. No podía y no puede contradecirse la historia consigo misma y con las leyes universales. Sería un abrupto y una tragedia. Sólo la tragedia podría generar tragedia, y eso desde un comienzo,  y que sería ya una confirmación de lo que se trae y se lleva. Se lleva lo que se trae y viceversa. En el caso concreto de ese taller, era el resultado de quince años de trabajo, en los que se había profundizado la constante de la cruz asumida en la concreción de la historia, sin evasiones. Por lo menos se estaba consciente de haberse hecho siempre. No últimamente o los últimos días. Siempre. Siempre. Imposible, entonces, que se recogiera una fruta que no se había sembrado. El árbol indicaba que era esa fruta y esa fruta se esperaba recoger. Había plena seguridad que se había sido fiel a la historia y se había sembrado eso mismo. Se esperaba que de los mangos salieran manguitos. No es tan cruel la naturaleza, en todos los sentidos, ni tan absurda. No existe destino, sino continuidad histórica en el tiempo. Decir lo contrario sería contradecir lo creado y al Creador como expresión unitaria de una misma realidad. No se oponen ni se distancian. Se complementan y se explican el uno en el otro y se manifiestan como una misma expresión sin distinción. Experiencia sublime de todo como una misma realidad en la que desde lo creado se llega y se transporta a su Hacedor y desde él se vuelve a lo creado como la maravilla de todo cuanto existe para comprender y vivenciar que es exultante y gozosa la experiencia complaciente y contemplativa del único hecho de existir. Pero en fidelidad a la historia y en la historia, sin otras historias, para dejarnos de cuentos o de ilusiones que no serían más que evasiones. Ya el sólo hecho de considerar la posibilidad de ver y experimentar lo creado y el Creador como dos realidades que se oponen y se contradicen es una clara demostración del principio de evasión. Y mantenerlo y comunicarlo sería la constante del inicio de esa historia como viaje, con una maleta llena de cosas que nos estorban y fastidian el mientras se va, para resultarnos penoso y lastimero nuestro existir. Y se llegaría a la ciudad de destino como situación y predisposición existencial tal como se partió con la misma maleta, tal vez, más llena de lo mismo con que se salió. El resultado justo de una evasión como principio y de una evasión como resultado porque sería la constante del mientras se va o se viaja, porque se llega con lo mismo que se partió. Ni más, ni menos, aunque con un poquito de más de lo mismo.
         En el caso del taller se había sembrado.
         La línea era la historia.
         Se había sido fiel a ella, a pesar de los pesares y los ayes. Era lo fascinante y lo reconfortante.
         El resultado no podía ser otro que la confirmación de esa misma línea de partida. Otra línea llevaría a otros resultados. Y eso tenía que ser, por la sumatoria de los elementos, imposible.

         El moderador ya tenía la aprobación de los asistentes en que se haría sonar el pito en caso de no aprobarse la frase a la que le harían el sometimiento y la revisión. Sonó varias veces el pito para verificar si funcionaba. Se oyó dos o tres silbidos que salían del aparatito rojo que se había llevado el moderador a la boca para soplarlo y provocar un como alarido para indicar que si servía y que era pito porque pitaba. El pito se asemejaba a una pomalaca o una pomarrosa por su forma y su color vívido. Algunos se miraron entre sí como indicando que si soplaba el pito y si sonaba como pito, entonces, era pito. No dejó que alguno que otro soltara una risotada haciendo algún comentario oportuno contagiando con ello al resto que lo acompañaba con carcajadas ruidosas y festivas. También el moderador se carcajeaba, tal vez, el que más porque también lo disfrutaba, y quizás, también el que más. Quizás los presentes no veían al moderador como el facilitador a la distancia y al que viene a dictar una clase, sino como el que les prolongaba sus proyecciones frente a ellos, y se daba un ambiente de camaradería muy peculiar y singular propia del momento y de ellos. Aquello no parecía una clase o algo por el estilo, por lo menos no se hacía sentir así ni del moderador ni de los participantes; era, más bien, una como tertulia en donde todos estaban involucrados y en donde se la pasaba bien interviniendo y compartiendo ideas, sentimientos y la misma experiencia del viajar en común, cada cual con su maleta, que era lo que estaba haciendo la diferencia. Lo demás era un todo y en lo mismo con sus individualidades en compañía en el movimiento en constante transcurrir. Tal vez tenga razón el filósofo al decir que el agua del río no es la misma porque está en constante pasar para indicar lo que fue, fue, y así es, para resaltar la perpetuidad del presente, diferente en fracciones de tiempo imperceptible pero real. Que si se aplicara siempre esa máxima parafraseada en la idea y no citada en textual se viviría en total apertura existencial porque el agua que acaba de pasar ya pasó y queda la que está pasando que ya no es, sino la que vendrá. No nos aferraríamos al sentimiento, tal vez negativo acabado de sentir, porque ya pasó, y nos abriríamos al que viene y al que viene, y, así en constante esperar y sentir, como lo que significa en sí la famosa palabra dialéctica. Eso es fruto de una auténtica experiencia de apertura, sin olvidar, por supuesto el cauce por donde pasa el río que es justamente el caudal que hace la historia, porque el río si se desvía hacia otros cauces distintos al que ya tiene por el transcurrir constante, causaría estragos por donde pasaría porque se desbordaría y arrasaría todo a su paso. Y no…
         No filosofaban ellos de esa manera, por lo menos de manera discursiva como aquí, pero si lo vivían, quizás tan profundo o más que como se está pretendiendo al escribirlo. La intensidad de lo que estaban viviendo era real y concreta. Las intervenciones y el ambiente de esa mañana así lo indicaban. La fogosidad del momento como momento del paso justo de esa porción de agua señalaba que se estaba viviendo el presente con intensidad. Lo que será, será, y no les tenía preocupado sino lo que estaban vivenciando, aunque no se negaba que la tensión estaba precisamente en el pizarrón y en la posibilidad del grito que emitiría el pito en cada soplada que se hiciera cuando se analizara todas las frases que se habían señalado y apuntado.
        




7.     

         “Como estamos claros y todos de acuerdo” - de nada valdría no estarlo porque así ya se había programado como metodología - “con que sonemos el pito para indicar que no aprobamos la frase que vayamos a analizar, vamos al grano que es lo que nace, como dice el refrán”, apuntó el moderador, a la vez que soltaba una carcajada auto aprobándose el refrán que acababa de citar. Algunos se movieron en sus puestos como para acomodarse y como sin con ello garantizaran que no les fueran a eliminar sus aportes que estaban apuntados en el pizarrón.
         El moderador en una mano tenía uno de los dos marcadores con lo poco que quedaba de ellos, y, en la otra, el pito rojo con parecidos a una pomarrosa o pomalaca. Se dirigió al pizarrón dando la espalda a la audiencia en expectativa e implicada en lo que estaban. “Pasión, muerte y Resurrección del Señor” (P. M. R. Sr.) leyó en voz alta y se dio unos pasos atrás como si se espantara y se distanciara de lo que acababa de leer. Repitió varias veces, tal vez tres, la misma frase en forma de pregunta. Algunos apretaban el lápiz que tenían en la boca y se movían en sus sillas. Todos quedaron en silencio por un pequeñísimo espacio de tiempo lo que indicaba que igualmente se cuestionaban. Y el pitido que emitió el aparatico rojo invadió todo el salón en esa mañana. Se entreabrieron más los ojos y los movimientos de las cejas mostraban la sorpresa sin evitar algún que otro movimiento de cabeza, como confundidos. El moderador se volvió hacia la audiencia para comprobar lo que se sentía en los presentes. Nadie decía nada. Quizás la sorpresa los tenía paralizados. Tal vez esa actitud del moderador era desafiante y retadora para esperar reacciones defensivas. Nadie, sin embargo, decía nada. O, no tenían argumentos, o aprobaban con su silencio paralizador. Y volvió a dar la espalda para ir al pizarrón y tachar con una x grande la frase, a la vez, que volvía a pitar por dos veces repetidas reiterando con ello que confirmaba la eliminación de la frase.
         “¿Sucede la pasión, muerte y resurrección del Señor en Semana Santa?” Se tenía claro ya que la Semana Santa no es hacia el tercer o cuarto mes del año civil, sino todos los días cuando la comunidad de creyentes se reúne en torno a la Mesa para conmemorar el mandato de Jesús, perpetuando en el tiempo por la acción del Espíritu Santo la obra de la Redención, en el mandato cumplido en la Iglesia. Más, aún, cuando cada día se asume la cruz con dignidad y gallardía, a pesar de los pesares, o, mejor, con los pesares y ayes del día de la historia individual, que es la constante del mensaje de Jesús en los Evangelios. Sobre esa línea del mensaje de Jesús se había insistido por cerca de quince años consecutivos, por todo y para todo, hasta en la sopa, como se dice.
         Una de las frases apuntadas en el pizarrón era la palabra “Conmemoración”.
         El silencio era aprobatorio e iba acompañado de un movimiento de cabeza afirmativo un poco tímido. Quizás este movimiento indicaba que en el cerebro se estaban dando ajustes por esta verdad conocida y confirmada en el taller de formación preparado para esa cuaresma, como muchas de las muchas vividas hasta entonces y siempre. No había ninguna novedad al respecto. Quizás para algunos fuese una sorpresa. El silencio, quizás, mostraba que estaban en un trance místico transitorio de asimilación de esa verdad teológica y hasta no se podría negar que estarían experimentando un flash repentino de comprensión y de revelación al mismo tiempo. Una verdadera y auténtica experiencia mística, tal vez, como la de Pedro en el relato de la pesca milagrosa. Tal vez, porque es, según ese relato, en donde se evidencia una experiencia religiosa y mística, precisamente porque se experimenta que es a la historia donde se ha de volver porque es en ella donde se complementan vida y acción con conexión histórica. Sin desfases, sino en complementariedad porque se explican en una misma realidad, que es la historia. Por eso, vuelan a echar las redes…
         Se tenía clara la concepción teológica de la Semana Santa, como, igualmente claro la concepción religiosa de la Semana Santa, que aunque pareciera una repetición son diferentes. Porque al comprender el sentido teológico de la Semana Santa llevaba a llevar la cruz de cada día con el más auténtico sentido del compromiso real con la historia, con dignidad, a pesar de los pesares, en el más estricto sentido existencial, del que abarca a todo ser humano, indistintamente de su credo. El sentido religioso, en cambio, era y es la celebración ritual del sentido teológico, que es indispensable en la liturgia, como apuntan los documentos de la Iglesia sobre estos temas. De hecho, no se puede separar rito de misterio en la celebración de la Iglesia al conmemorar el mandato de Jesús en la última Cena con los doce. El rito es importante porque es la manera como se celebra el misterio en continuidad histórica como legado histórico de la Iglesia. Pero, tampoco se trataba y se trata de un apego estricto a las rúbricas del cómo debe celebrarse sin comprender que se está repitiendo el misterio redentor de la Cruz, por Cristo y en Cristo. Y esta última manera comprensiva de ver esas realidades llevaba y lleva a comprender que quien muere en la Cruz es Cristo por la humanidad y que la Iglesia al cumplir el mandato dado por su fundador, como obra del Espíritu Santo, que la continúa, está siendo fiel, tanto al cómo y al qué. Al qué, porque perpetúa en el tiempo conducida por la acción del Espíritu Santo, la redención realizada en la cruz por Cristo, y recuerda al género humano de todos los tiempos que nos acercamos a esas verdades cargando cada uno con su propia cruz de cada día. Justo ahí el sentido teológico de la Semana Santa, que es todos los días, porque la historia y a la historia sin escapes ni evasiones, reconfortados siempre por la conmemoración de la última Cena para iluminarnos con las palabras y el sentido sacrificial del que es modelo Cristo, luz de las naciones y gloria del Padre para beneficio único y exclusivo del hombre. Y al cómo, al ceñirse respetuosamente a la manera de como se ha celebrado siempre por la Iglesia a través del tiempo y en donde la experiencia ha de ser siempre en línea del qué, que es lo que lo explica todo en la Iglesia, que no es otra cosa que la liberación de lo que nos atan tantas cosas en la vida. En fin, la experiencia de “la libertad de los Hijos de Dios”.
         El qué y el cómo de la celebración de la conmemoración de la última Cena van unidas. No una en menoscabo de la otra. Y sin sacrificios ni descuidos de una por otra. Las dos juntas. De hecho, cuando se da preferencia a una se perjudica el conjunto. Así, cuando nos ceñimos a las rúbricas y a la manera de cómo debe hacerse, nos esclavizamos y nos creamos más problemas, y, peores, porque se nos genera el enfermizo sentido de la escrupulosidad religiosa de que se debió hacer así y no se hizo. Y, entonces, se ha estado lejos del qué, que es la experiencia liberadora y gozosa del misterio que abarca a todo el ser hasta lo más profundo, transformándolo. Lo libera y lo desata de ataduras añadidas por costumbres heredadas, como la de comer o no comer pescado en esos días, como si hubiese diferencia entres esos días y los otros; como muchas otras propias de lugares y culturas. Tampoco sería sano y saludable, en aras de un criterio de comprensión de un poquito de más allá del común, que no se realicen ciertos patrones del ritual de la Iglesia, porque pretendemos haber comprendido todas esas verdades. Y, entonces, se omitan muchas cosas y detalles que ayudan a la comprensión de ese mismo misterio que es la redención y su celebración, y que connotan un elemento afectivo y emocional, justamente para ir creciendo en la sensibilidad de la experiencia de la libertad de los Hijos de Dios.
         El qué y el cómo de la conmemoración separados sería realmente peligroso para la Iglesia y para la historia. Si le diéramos mucha y más importancia al qué correríamos el peligro de convertirnos en demasiado racionales, en donde hasta se descartaría la posibilidad de la imaginación sensible, sino sólo lógica. Y esto es necesario para una salud mental y emocional y comprensiva de esas verdades. Igualmente, si le damos mucha y/o más importancia al cómo, nos traería serios problemas, ya que nos convertiríamos en esclavos de una ropa, de un color, de una comida, de una manera, de una postura, de un rezo, de una fórmula, de una hora, de un así o asá. Y, en vez de liberar nos ofuscaríamos hasta la confusión mental de la escrupulosidad religiosa. En otras palabras, nos alejaría de la historia, y para parafrasear lo que han dicho algunos filósofos, no alienaría y nos convertiríamos en dominados por las circunstancias y no dueños de ella, o lo que sería igual a decir, en locos. Justamente por la no adecuación de la mente con la realidad, que en esta línea no es otra cosa que la historia, como la medida y el medidor del existir en el tiempo y el espacio que nos está tocando afrontar, con todo y todo, y, a pesar de los pesares.
         Ver y experimentar la Semana Santa sólo hacia el tercer o cuarto mes del año civil, es, precisamente una manera de priorizar el cómo, en vez del qué y el cómo juntos. No se obvia que la Iglesia es sabia, madre y maestra, y, como tal, coloca sus tiempos fuertes, justamente para llevar al conocimiento de esas verdades. Pero, la Semana Santa es cada día y todos los días, porque la Semana Santa es un sentido teológico y existencial de vivir la historia de cada día, como asumida. Vivir la Semana Santa en esa perspectiva es vivir la vida con sentido teológico a plenitud y es comprender que la historia como el día a día con sus afanes es la única medida y comprobación.
         Esa verdad y experiencia son la medida de libertad de los Hijos de Dios.






8.     

         El moderador ya había tachado en el pizarrón la primera frase con todo lo que decía. Había confirmado su atrevimiento con varios pitidos con el pito rojo que tenía en sus manos. Nadie de los que estaban presentes había alegado absolutamente nada. El silencio era aprobatorio del atrevimiento del moderador.
         Otro tanto, les fue sucediendo a las frases siguientes. Tachadura con una x grande y acompañado de un estrepitoso ruido emitido por el pito había sido la sentencia para cada una, en escalada descendente. Por lo menos, para las tres frases siguientes porque casi espontáneamente y al unísono los asistentes al taller dijeron que la misma suerte les tocaba a todas y que no era necesario seguir de una en una, ya que todo estaba claro.
         No había nada qué añadir.
         Los resultados habían sido más que maravillosos. No había que decir mucho. Todo estaba asimilado, por lo menos así parecía. Había que aplicarlo cada uno en su cadaunada, es, decir, en sus circunstancias. Tampoco se estaba descubriendo el agua tibia ni la pólvora ni nada por el estilo. Se trataba de recordar que esa es la vida, e, igualmente, de reconocer que la gente lo comprende así, al vivir la vida como vaya viniendo, sin mayores aspavientos ni tambores, ni nada sorprendente. Había que asomarse a la puerta o salir a la calle o ver al vecino o a la misma familia o ellos mismos para comprender que eso se sabía y se sabe… Eso se vive… Se aplica… ¿dónde estaba y está lo nuevo? Tal vez, en comprender que lo comprendían y lo sentían como sorpresa y agradecimiento, como Pedro en el relato de la pesca milagrosa, para expresar en admiración “Señor”, y descubrir, justo ahí, en la comprensión repentina, que se trataba y se trata de una revelación apegada al más auténtico sentido de la historia, a la que hay que ir siempre, y, a pesar de todo, otra vez siempre. Tal vez sea el relato de la pesca milagrosa el ejemplo más claro en la Biblia de una experiencia religiosa, que es acompañada por la frase o su sentido de sorpresa de “Señor” al comprender que tiene sentido el sin sentido de lo cotidiano y que en lo cotidiano nos encontramos con el sentido de nuestra existencia. Y la gente ya lo experimenta, así vaya o no a la Iglesia, así haya o no asistido a ese taller de formación para la Semana Santa. A años luz que la gente lo vive, lo entiende y lo experimenta… ¡Será por eso que se identifica con el Nazareno ya que él cargando la cruz y de color morado les significa su proyección y acompañamiento en la vida! ¡Cuán sabia y teóloga e histórica es nuestra gente y lo ignoramos!
-- ¡Qué bonito!- dijo una de los asistentes. Y tenía los ojos humedecidos. Se le abría los ojos a la cotidianidad y a lo de todos los días, que no era nada nuevo, pero revelador para amar la cotidianidad, a pesar de los pesares.
         Y se quedaron en silencio… Tal vez, cada cual asimilaba que a su cadaunada… a la suya… no a la otraunada (y sea válida esa palabra para significar lo que en filosofía del arte se llama y se tipifica como lo inexpresable del arte, lo que hace que sea bello porque se convierte en la palabra o clave de lo que se quiere expresar, pero que no se logra y resume todo lo que se quiere decir). Cada uno a su cadaunada… o cada otro a su otraunada… Quizás eso explicaba el silencio. Y, quizás ese silencio, era lo bello o la frase o comportamiento que se encontraba pero que lo decía todo, porque, también ese taller, justo en ese momento, estaba logrando ser y convertirse en una bella obra de arte. Y lo era… Y era bello… Era bello… También una experiencia religiosa, y eso que no estaban rezando, ni nada de esas cosas… Era y es la realidad… No, más; no, menos… O, eso mismo, aplicado a la imagen del Nazareno que significa tanto para nuestra gente, sobre todo, el miércoles santo, se convierta y sea la sublimación de la expresión de sus vidas asumidas con dignidad y gallardía, a pesar de los pesares, de las que esa imagen, justo en los días de la Semana Santa, celebración como ritualística y populista, sea más de lo que se cree, porque les plenifica y plasma sus propias vidas. También bello, porque la vida se convierte en obra de arte con la cruz, y el Nazareno quien les exprese lo que no logran con palabras o gestos y hechos. Sorpresa de sorpresa.
         A estas alturas todos tenían que estar en silencio, aún, ahora con estos hallazgos de sorpresa que descubren la vida con su arte y belleza. Y con los ojos humedecidos por las suaves insinuaciones de la comprensión de esas verdades ya vividas de manera práctica y diaria.



9.     


         Terminada la sección de eliminación de las frases en el pizarrón acompañadas por el sonido del pito cada vez, se procedió a una especie de plenaria general para recoger todas las impresiones. No podía faltar la pregunta de por qué el lápiz en la boca. Algunos como a la defensiva afirmaron que se trataba de una manera para que no hablaran. No era esa la idea inicial cuando se diseñó esa metodología. El moderador dejaba que opinaran y eran contrastantes todas y para nada acertadas. Se generó un murmullo de opiniones y pequeños alegatos entre algunos. El moderador observaba. Era la estrategia y estaba dando resultados.
         El lápiz en la boca era una aplicación de un ejemplo propuesto por algunos estudiosos de la neurología o neurociencia social  para ayudar a mejorar las relaciones sociales que son la clave y el desenlace concreto de la inteligencia emocional. Para ello se había estado leyendo los dos tomos de Daniel Goleman sobre estos temas tan interesantes (Inteligencia emocional, uno; y el otro, Inteligencia social), y, el moderador, inquieto en estos recovecos de la mente humana, con una gran expectativa había propuesto y dispuesto que se colocaran un lápiz en la boca para disponer intencionalmente los músculos faciales de los asistentes y ayudarlos a sonreír y generar un sentimiento positivo (cfr. Daniel Goleman, Inteligencia Social, La nueva ciencia para mejorar las relaciones humanas, Editorial Planeta, Bogotá, p. 31, 2006). Teniendo en alta consideración que nuestros comportamientos sociales inmediatos son instantáneos e involuntarios, fruto de las “neuronas espejo”, porque reflejan la acción que observamos en la otra persona, haciendo imitar esa acción o tener el impulso de hacerlo (cfr. pp. 59-75). Intervienen sobre manera lo que los estudiosos llaman el camino alto y el camino bajo, sobre todo, a nivel de reacción inmediata inconsciente-natural que es lo que refleja las “neuronas espejo”. En el caso de una reacción inmediata instintiva interviene el camino bajo, que nos refleja tal como somos y sentimos; mientras, que el camino alto procede a procesar en fracciones de segundos esas reacciones y lleva a un comportamiento mesurado por la conveniencia, en este caso social y de convivencia. Y como aquel taller se proponía también una convivencia entre todos los asistentes, se trataba de ayudar a dar los elementos para que así fuera.
         El moderador expuso los motivos del lápiz en la boca. Explicó de dónde había tomado la idea e insistió que puede ser una estrategia para ayudar a que nuestras facciones positivas, en el caso de los músculos de la cara, estimulen en el que nos oye y ve reacciones positivas al hacer que parezcamos que estamos sonriendo. La otra persona va a reaccionar naturalmente a esa energía que percibe y nos la va a transmitir, generando con ello un ambiente interpersonal mejor, por lo menos en intención, porque también vamos recibir lo que el otro nos está transmitiendo.
         Las carcajadas fueron espontáneas. Quien más que otro. Pero, nunca habían pensado que tendría esa motivación. Algunos señalaron que habían pensado que era para que no hablaran e interrumpieran en el transcurso de esa mañana. Y comenzaron a burlarse entre ellos. Que usted ponía la cara así, que usted asá….. jaja ja jajajaaja y más jas, de risotadas espontáneas y alegres…. Yo me quitaba el lápiz para descansar un poquito pero me lo volvía a colocar… que yo estaba pensando que por qué…. Será que el moderador está disgustado… y bla… bla….. bla… Cada uno daba y compartía sus impresiones y sus experiencias de expectativas del lápiz en la boca durante esa mañana del domingo…. Era festivo el momento….. j aja ja jaja ja jajaj …. Y más jás. Tal vez mil millones con o sin el devalúo…. Ja  aj aja jajaj.
         Faltaba algo, sin embargo, por dilucidar por lo menos para esa mañana del segundo domingo del taller de formación sobre la Semana Santa. Y es el siguiente apartado…. Ja jaja ja jaja ja j aja jaja….y tres jas más…





10.                       


Un detalle los tenía también intrigados. Algunos ya habían hecho referencia y habían preguntado. No se había dicho nada, ni siquiera se les había dicho que se fijaran en él, pero todos se habían percatado. Y era el dibujo del maletín en la esquina superior izquierda del pizarrón.
Y el maletín, qué significa – preguntaron como en coro, ya no angélico, sino de gente con los pies en la tierra, por lo menos después de hacer teología del sentido de la cruz y de la teología de la vida en la cotidianidad.
         El moderador refirió un libro que llevaba por título “el viaje”. Expuso lo que, en líneas generales decía y exponía el autor, y lo aplicó a la vida. Enseguida señaló que la vida es un viaje. Se parte de A hacia B. No es tan importante el de donde se sale y al donde se llega, sino en el mientras se va. El mientras es la señal que estamos viajando. En el mientras se forjan ilusiones y propósitos con metas. Se lucha por conseguirlo y hacerlo realidad, mientras se continúa el viaje. Al llegar se experimenta un dejo de desencanto, porque no es ni era como se había pensado mientras se iba o cuando se disponía a salir. Pero, eso ya es fruto de las expectativas porque la vida es la que es y no tanto la que nos imaginamos que sea. La vida es así. Pero el mientras es importante ya que es señal de que estamos vivos y viviendo.
         Partimos de A a B. Llegamos. Y eso en continuidad. Ya que todo es un continuo viaje. Cada cosa que emprendemos y realizamos es un viaje, con sus respectivos mientras se iba. En todo y para todo y constantemente.
         Todos tenemos una maleta para el viaje. No es necesaria la maleta pero la tenemos. Si no tenemos maleta no podemos hacer el viaje. Pero es que no se quiere la maleta. Es imposible asumir la vida como un viaje y en constante. La maleta no es indispensable pero no podemos salir sin la maleta. La maleta nos la colocaron y en ella estamos colocando un poco de todo. Un poco de historia de familia, un poco de historia de nuestra niñez, un poco del barrio, del pueblo donde crecimos, un poco del papá, otro de la mamá y de todos los integrantes de nuestras familias, nuestras experiencias personales acumuladas, nuestros dolencias físicas y emocionales…. En fin de todo, un poco de camino bajo y otro de camino alto en conjunción y en equipo para que ese mientras, se nos haga muy bueno, bueno, o menos bueno… Pero, igual será… Y en movimiento siempre…
         En ese caminar, en el mientras, ajustaremos el contenido de la maleta. Meteremos muchas cosas más de las que ya teníamos cuando partimos. Pueda que se nos haga demasiado pesada en el mientras vamos. Entonces, tenemos que detenernos y mirar qué es lo que tenemos que tirar. Habrá cosas que no podremos tirar: nuestra historia. Pero hay cosas de esa historia que podríamos empaquetar mejor y colocarlas en una esquina de la misma maleta, para continuar. Lo ideal sería poder llegar al sitio de llegada con la maleta y con lo indispensable para llegar sin haber colocado más de lo que se debía. He ahí el problema. A veces las cosas negativas son lo que está de más. Aunque si somos positivos, desde una psicología natural (muy aplicada hoy en día por algunos sectores de las ramas de la psicología), también con lo negativo ya que eso mismo hará recordarnos que tiene validez teológica en nuestras vidas la maravillosa lección del trigo y de la cizaña, según las parábolas de los Evangelios.
         En ese caminar y mientras se va, tampoco se trata de ser desprevenidos con el futuro y no ser precavidos para asegurarnos una vejez tranquila. Eso no implica que, entonces, no vamos a buscar tener una buena economía para cuando seamos viejos o que no tengamos donde caernos muertos, como se dice. Eso ya raya en el extremo. Pero, tampoco de exagerar la nota de una avaricia desmedida que nos haga la maleta demasiado pesada. Ni tan vacía que no se tenga ni lo material; ni tan llena, que no se tenga lo espiritual como dimensión de desprendimiento y apego a lo material. En su justo equilibrio. Claro, que esta parte no se dijo en el taller. La está diciendo el autor del libro como cosa suya, en cuanto al viaje de la vida, y la vida como viaje, sin dejar de contar el viaje de años que se acumula en el vivir, sobre todo, si se llega a viejo. Y aquí una carcajada…. Ja…. Mejor tres millones de jas.
         Esa es la vida: un viaje… No dejará de haber quien diga que un sueño…




11.                       


         En el domingo siguiente los viajeros del taller eran más pocos. Ya no sólo eran los muchachos del coro de la mañana, sino unos cuatro más, los que dejaron de asistir. Pero, el viaje continuaba en ese viaje, porque cada uno sumaba sus propios viajes en los muchos del viaje de sus vidas. Eran los que eran y estaban los que estaban. Los que no, estaban en otro viaje. De hecho, era imposible que los cuatro que no habían venido esta vez pudieran haber asistido, ya que la hija de una de las señoras-muchachas del coro y nieta de una de las señoras-señora del taller, el día anterior había estado celebrando los quince años de edad, y, como era más que lógico, prevalecía la realidad y la historia, y esa fiesta había sido a todo dar. Eso si que había sido un viaje y de los buenos. Y algunos, sino todos, todavía no se habían acostado y eso que ya era domingo como las nueve y media de la mañana.
         El moderador dio los buenos días.
         Ese día se iba a asignar el maestro de ceremonias de las celebraciones de la Semana Santa de la parroquia. El moderador propuso la idea de que a pesar de ser conocedores de todas las verdades que se habían estudiado y redescubierto en el taller respecto a la Semana Santa, no se podía, sin embargo, obviar que el rito es importante en la liturgia de la Iglesia. Y que sin olvidar lo esencial siempre se ha estado en sintonía con los tiempos históricos en la parroquia. Este año, como todos los años, habría la importancia para todas las celebraciones litúrgicas. Recordó a la encargada de los lectores su importancia en el servicio de la liturgia; a los ministros extraordinarios su función y su papel en el altar, a los cantores su rol de servicio para toda la comunidad. En fin, todos para todo y todos para una misma realidad: la celebración de los días festivos dispuestos por la Iglesia para el crecimiento de la persona humana, en especial, los cristianos.
         Se asignó de inmediato el maestro de ceremonias, que era el mismo que venía siendo durante el año. Acto seguido el moderador hizo un recuento de todo el taller de manera resumida. Recordó la idea del viaje. Ahí se detuvieron un poquito porque hubo planteamientos y aproximaciones a las verdades de la vida, y todo siguió su curso.
         Para terminar el moderador dijo que había comenzado a escribir un libro sobre la experiencia del taller y que lo tendría disponible en dos semanas.
         De hecho.

        



[1] Expresión Tehilderiana.
[2] Quién entiende el corazón del hombre se pregunta en los salmos….
[3] Cfr. Christifidelis laici en toda su comprensión.
[4] En el pizarrón sólo se había dibujado las referencias A y B y el muñeco e igual que el rayado entre las referencias. No se había dibujado la maleta. La maleta se hace en este libro para ilustrar mejor lo que se estaba señalando y se quiere resaltar ahora.