Libertad de los Hijos de Dios
P. Daniel
Albarrán
Título: La libertad de los Hijos de
Dios
Autor: Daniel Albarrán
Escrito en Barcelona, Anzoátegui, en
febrero-marzo 2008
Portada: el mismo autor.
Dibujos: el mismo autor.
Depósito Legal: lf08120082002288
ISBN: 978-980-12-3237-7
1.
Nos encontrábamos
reunidos en la segunda sección de talleres de preparación para los días fuertes
de la Semana Santa. Habíamos programado unos talleres de formación y de
refrescamiento sobre el sentido de la Semana Santa en nuestra parroquia y
estábamos en el segundo día de ellos, el segundo domingo de la Cuaresma.
Esta
vez la cantidad de los asistentes era menor a la del domingo anterior. Sobre
todo los más jóvenes habían preferido no asistir al segundo día. Y había que
ser respetuosos. De eso se trataba de respetar la libertad de los Hijos de Dios
y de respetar las decisiones tomadas por cada grupo. Aunque nos hubiese gustado
que el salón estuviese repleto como el primer domingo y si fuera posible con
más participantes pues nos hubiese indicado que el primer día habría generado
un boom publicitario por la intensidad con que se vivió. Pero, los hechos son
los hechos, y, no lo que hubiésemos esperado. Estaban todos los que estaban y
eran todos los que estaban. Ni más; ni menos. Tampoco eran muchos los que
habían dejado de asistir. Tal vez cinco. No deja de ser un poco desalentador el
no poder realizar el complejo de la gallina que quiere cobijar a todos sus
polluelos bajo sus alas. Tal vez, positivo, sin embargo que nos sintiéramos con
mucho espacio todavía debajo de las alas. Recovecos del fenómeno humano[1] y sus jugadas psicológicas[2]. Interesante, en todo
caso.
Pero
se trataba de la libertad de los Hijos de Dios. Experiencia en la que hemos
querido estar viviendo en nuestra parroquia desde hace algunos años atrás y que
vivimos pregonando para insistir que cada quien es dueño de sus propias
decisiones. Y teníamos que aplicarlo en
el caso presente, como en todos los casos procurábamos aplicar siempre. Esta
vez no era la excepción.
Éramos
los que éramos y estábamos. Y en lo que estábamos. En el segundo día del taller
de formación teológica sobre la semana Santa.
En
la pizarra del salón se había dibujado en la esquina superior izquierda una
especie de maletín de viaje. No se había hecho ningún tipo de referencia al
maletín, por lo menos de manera expresa. Esa era la intención. Dejar que ese
dibujo del maletín hiciera su trabajo subliminal. No se había indicado ni
llamado la atención ex profesamente, pero, todos los asistentes ya se habían
detenido en el maletín.
Otro
detalle de señalar en esa mañana era que se había pedido que cada uno de los
participantes se colocara un lápiz o lapicero en la boca y que lo mantuviera en
la boca, entreapretándolo con los dientes, suavemente, durante toda la duración
de la clase. Eso los tenía intrigado. Pero, lo hicieron, sin descartar la
aplicación de la libertad de los Hijos de Dios, pues, había quien se lo había
quitado del todo en el transcurso, y, quien se lo quitaba a intervalos. Tal
vez, en la lucha de rebeldía y de sometimiento, al mismo tiempo. Más a favor de
la dinámica de la clase.
Vino la lluvia de
ideas. Todos apuntaban los comentarios que querían. Se había señalado que se
hablaría sobre lo que sucede en Semana Santa y que era importante que quien
quisiera opinar dijera lo que se le viniera a la mente en el momento sobre lo
que sucede en Semana Santa. Tras un momento de silencio, tal vez aterrador
porque pudiese haber mostrado la apatía de los participantes, alguien tomó la
palabra y señaló: “Pasión, muerte y resurrección del Señor”. Se colocó el
primer aporte en la parte superior derecha, en la columna de la derecha, pues
se había dividido ese extremo del pizarrón en dos columnas con el marcador de
pizarra. Apenas se distinguían las dos rayas de color azul, más bien azul
pálido, porque casi ya no contenía nada el marcador para marcar, sino con
forzada languidez como de dando ya lo último que tenía que dar. Se apuntó de la
siguiente manera en el pizarrón: “P. M. R. Sr.”. Lo que quería decir que y que se quería
escribir “Pasión, muerte y resurrección del Señor”. Otro participante señaló:
“Pascua”. Se apuntó en la siguiente línea debajo de la anterior. Esta vez se
escribió tal cual y completo. Era más corta la palabra. “Celebración”, refirió
otro. “Encuentro”, dijo otro-otro… Y empezaron las ideas a invadir con
distintos tonos y volúmenes de voz en el salón esa mañana, e, igual, a
señalarse en el pizarrón, de debajo de la anterior y de la anterior, en escalada
tal como iban surgiendo de entre los participantes. Se iba acalorando y se
tomaba impulso como en las subastas en donde el anterior es opacado por la
oferta del siguiente y en donde cobra valor y más valor a medida que se oferta
e intervienen los que quieren comprar. Y
entre alzada de mano y oferta se iban adentrando en la intensidad del tema, que
giraba sobre qué es lo que sucede en la Semana Santa. Algunos ya se habían
quitado, apenas habiendo empezado, el lápiz de la boca. Otros, hablaban para
intervenir y se volvía a colocar el lápiz, como en instinto para no sentirse
infractores de lo que se había pedido al comienzo de esa mañana.
Al
cabo de unos escasos siete o diez minutos las dos columnas que se habían
colocado con las rayas hechas con el marcador en el extremo derecho del
pizarrón estaban abarrotadas y ya no cabían más palabras. Las palabras estaban
escritas unas en negro y otras en azul, y otras con los dos colores, de acuerdo
con lo dejara marcar cada marcador, pues estaban dando lo último que tenían, y
por lo opacos de sus colores indicaban que tal vez no dieran para escribir otra
letra más. Pero, se negaban a por lo menos a admitir que no podrían rayar otro
poquito, y, rayaban la siguiente como dando en ello el último suspiro y
esfuerzo, y, así con la siguiente letra.
Tal
vez exagerando habría entre las dos columnas unas treinta frases con ideas
completas cada frase. Mucho tema que había que desarrollar. Tal vez cabrían más
si estrechasen con letras pequeñas y se colocaran en un extremo o en un lado o
pegadito de esta parte o aquella. Los ánimos ya estaban como estaban y quien
había dicho una idea al comienzo, en esos momentos de la reunión, ya había
hecho tres o más ofertas, y, así uno y otro. Cada quien sentía que tenía que
decir más. Tal vez, porque la oferta del anterior era mejor que la suya, o, tal
vez, porque la idea del contrincante le había generado otra idea y otra y otra
y era, entonces, oportuno levantar la mano o alzar la voz directamente sin
protocolo como para tener compasión de los marcadores que no daban abasto para
escribir lo que se estaba señalando. O, quizás, porque querían saber y
comprobar con cual palabra y de quien se le daba el réquiem in pace a los
marcadores, o por separado, o al mismo tiempo.
Ya
todo estaba dicho y apuntado en el pizarrón. Había más que decir y apuntar, sin
duda. Pero, los marcadores ya no garantizaban más de más y había que guardar un
resto para más adelante. Todos los participantes estaban sumergidos en el tema.
Algunos todavía mantenían el lápiz en la boca. Quizás algunos los estaban
apretando más sin percatarse de ello. Las risotadas no se hacían esperar. No
faltaba quien dijera algo ocurrente y quien lo continuara, acompañado de
risotadas espontáneas y bulleras, lo que indicaba que el ambiente era más que
muy bueno.
Todo
a punto de chocolate, como dice la canción.
2.
Alguno
que otro llegaba una vez comenzado. Se abría la puerta de hierro pintada de
color amarillo con pintura de aceite. Hacía su característico ruido cuando se
abría y se cerraba y se sentía clarito el sonido cuando encajaba la cerradura
de la misma en su respectivo dispositivo en la parte lateral. Todos se
percataban de los que iban llegando tarde pues era inevitable el anuncio que
hacía el ruido de la puerta, pero, todos seguían en lo que estaban, lo que
indicaba que el ambiente estaba en lo que estaba y era más que positivo. En lo
que se estaba. Tampoco se podía negar que no dejaría de haber alguno o algunos
que no estaban porque no se trataba de la presencia corporal. Pero, cada cual
viaja con lo que viaja…
El
que iba llegando una vez comenzado atravesaba todo el salón y buscaba una
silla. Todos los demás estaban con un lápiz en la boca. Dos de los cuatro que
llegaron una vez comenzado se habían percatado del lápiz y habían hecho otro
tanto. Se llevaron un lápiz a la boca, sin preguntar que por qué todos o casi
todos tenían un lápiz en la boca. Hacían lo que veían. Y este detalle hubiera
sido muy interesante indagarlo justo en el momento final de esa mañana en el
momento de las observaciones finales y aclaratorias y explicaciones. Pero, se
pasó por alto por olvido o por lo que haya sido.
Todos
tenían su atención en el pizarrón. Por las posturas de los cuerpos se indicaba
que todos estaban fijos y a la expectativa de las valoraciones de las palabras
y frases que habían señalado y que se habían recogido y estaban escritas en el
pizarrón. Las inquietudes tal vez serían entre otras, como por cuál palabra o
frase se comenzaría, o cuál se resaltaría. Como diciéndose y diciendo en voz
alta y pose orgullosa sin decirlo que vean que tenía razón que era lo que había
dicho. Tal vez todos estarían sintiendo y diciéndose lo mismo, pero todos en
silencio, y esperando que fuera como fuera pero que se empezara ya. Tal vez,
esa era la expectativa.
Se
procedió a leerse en voz alta todas y cada una de las palabras y frases
apuntadas en el orden en que estaban y habían sido anotadas. No se omitió
ninguna en la lectura en voz alta. Eso aumentaba y contribuía a que el ambiente
se fuese concentrando más en el pizarrón. Se dejaba oír alguna intervención
oportuna y jocosa y ocurrente acompañada de risotadas. Pero nadie quitaba la
vista del pizarrón.
Una
vez leídas todas, se notó como una especie de pregunta en el ambiente, como
diciendo “y, ahora, qué”. Justamente porque todos estaban esperando que se
comenzara por la frase que cada uno había señalado. No dejaría quien se quitara
de una vez por todas el lápiz, los que todavía sentían la sensación del lápiz
en la boca, porque algunos ni se percataban que casi se estaban tragando el
lápiz que tenían en la boca, porque ese detalle ya les tenía sin cuidados. Y
con ello, todo iba a pedir de boca, con lápiz y todo.
El
que estaba haciendo de moderador batió sus manos juntándolas en el frente a la
altura de la cintura. Se frotó las manos llenas de nada y de aire y dio unas
tres o cuatro palmotadas seguidas repitiendo el mismo ademán corporal
acompañado con expresiones faciales en las que incluía movimientos con la boca
y encorvamientos de las cejas, a la par con las palmotadas, como en una
perfecta sincronización de movimientos. Se veía que lo estaba disfrutando y se
veía que tenía toda la atención de todos los que estaban en esa mañana y eso le
daba mucha seguridad para atreverse a hacer lo que iba a hacer. Necesitaba
saber y comprobar que como el torero ya todo estaba preparado para la estocada
final. Para ello había lidiado con el toro, lo había capoteado, antes lo había
abanderillado, lo había hecho su rival enfrentándolo con su capa roja, lo había
probado con giros de derecha y de izquierda, lo había tanteado con respeto al
paso en el roce distanciado y cercano con su cuerpo, juego doblemente
peligroso; le había exigido y sabía hasta dónde y de qué era capaz y había
entendido que seguía siendo el rival al que tenía que respetar, porque eran de
naturalezas distintas, pero que estaban el uno para el otro y en función de
ambos en simultaneidad de tiempo y espacio. Poético tal vez pero real. Muy real
también pero poético en la belleza de la sincronicidad y sintonía del momento
presente vivido en su total plenitud e intensidad, en el que no hay otro
momento que justo ese, sin añoranzas ni desfases sino lo que es, es. Tal vez
las risotadas de los presentes en la intervención oportuna y espontánea y la
satisfacción del tiempo y el espacio indicaban que así era. Estaban los que
estaban en lo que estaban y como estaban. Justo en ese momento volvió a repetir
el movimiento de manos llenas de aire y de nada con los movimientos faciales lo
que se hacía presentir la plenitud en la identificación con el ahora como ahora
y como ya.
Todo
estaba para el momento. Las facciones de los presentes también lo indicaban y
se podría decir que casi repetían las expresiones y movimientos del moderador.
3.
El
domingo anterior había sido de preparación prácticamente para este segundo
domingo. Se había aplicado la metodología de la lluvia de ideas e igual se
había colocado todas las ideas en el pizarrón. Esa vez los marcadores estaban
más fuertes. La idea principal era que Semana Santa era una fiesta, y, sobre
todo, que la Semana Santa es todos los días y no el tiempo dispuesto hacia el
tercer-cuarto mes del año, como siempre.
Se venía insistiendo
en la idea teológica de que la semana Santa es cada día y todos los días, ya
que se celebra la conmemoración de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Jesucristo. Y ese es el misterio teológico de la Eucaristía, que es desde el
dato histórico de ese acontecimiento en Jerusalén, y se celebra siempre y en
eterno cada vez que se reúne la comunidad para conmemorar la última Cena de
Jesús con sus discípulos. Obra, ciertamente, del Espíritu Santo en la Iglesia. Se
había valorado la metodología de la Iglesia como sabia y maestra al colocar en
tiempos relativamente fuertes tiempos preparativos para la toma de conciencia,
a través del conocimiento y estudio y otras prácticas piadosas en el
acercamiento de la comprensión de esa gran verdad. Se había recalcado la idea
de manera insistente que la Semana Santa es todos los días. Tal vez esta idea
teológica y medular del cristianismo en su auténtica fe había inquietado a
algunos de los que se habían dado cita para el taller de formación. Y de eso se
trataba: de ir creciendo en conocimiento y de ir liberando de tantas fantasías
y añadidos la pura y maravillosa experiencia de la fe, a través de la Iglesia.
Dando un paso más
osado se había tocado la idea de que la Eucaristía nos ayuda a ver y comprender
la vida como una continua fiesta, a pesar de los pesares. Y esa expresión, a
pesar de los pesares, venía haciendo eco en los oídos en los parroquianos, por
lo menos, desde hacía quince años. Porque todo iba direccionado hacia el cargar
la cruz con dignidad y gallardía. La cruz de cada día e individual. Sobre eso
gira todo el contenido de los Evangelios en palabras de Jesús cuando invitaba a
seguirlo y completado en el Viernes de crucifixión.
Experiencia que
conlleva a seguirlo asumiendo la cruz, cada cual en la suya, a pesar de los
pesares, para repetir la frase que les resonaba.
Ese eco suponía y
exigía la toma de conciencia de las circunstancias de todos los días en el
asumir la historia. Todo se resumía en la expresión popular del refrán de
“primero la obligación, después la devoción”, invirtiendo con ello la posible
práctica de una mucha devoción en aras de una evasión de la historia, es decir,
la cruz de cada día y asumida. En ese sentido algunos estaban claros y
convencidos de esa experiencia de fe y de historia sin separación y se habían
levantado más temprano para dejar el almuerzo hecho y limpia la casa para poder
asistir al taller de formación.
Esa experiencia, con
todo y todo, tiene que llevar a que la vida se convierta en una fiesta en donde
la celebración de la Eucaristía es la coronación de esa comprensión. Eso
llevaba y lleva a que la Eucaristía se convierta en el clímax de la vida del
cristiano.
De eso se había
conversado en el primer domingo de los talleres de formación para la
comprensión de la Semana Santa, que es todos los días. Se había comenzado a
evidenciar una vez más que el hecho teológico de la celebración de la última
Cena de Jesús con sus discípulos tenía su auténtica comprensión en la historia
en asumir la vida con todas sus exigencias. Lo que llevaba a juntar en la misma
experiencia de fe celebración y pasión incluyendo la muerte. No sin una, sino
juntas. Y sin pretensión de competencia y sin poder evitar la comparación esa
verdad conocida y aplicada hacía la diferencia de los participantes y
parroquianos de esa comunidad parroquial en concreto de cualquier otra. Esa
verdad lleva a que la vida sea una constante fiesta porque se trata de vivir en
el Jardín del Edén, que es el mundo en el que nos ha puesto Dios a vivir para
nuestro bien y universal, sin distinción. Siendo dueños o pretendiendo serlo de
los espacios con la clara convicción de ser huéspedes porque el dueño es el
dueño, con lo que significa el sentido del árbol prohibido.
Esa comprensión
mental y verificación en los hechos diarios lleva a asumir la historia
individual con gallardía. Verdades que llevan a estar en una constante fiesta o
por lo menos a intentar estarlo, porque se trata de una disposición y un estilo
de vida. Sólo esa disposición nos dispone para la comprensión de la Eucaristía
como una fiesta existencial. Pero, tampoco en el sentido de la exageración y
del fanatismo, porque ya sería justamente una evasión, sino de una exaltación
gozosa y silenciosa al saborear que la vida tiene sentido con sus ayes y
achaques del día a día, representado en la historia del viernes, que junto con
Jesús es nuestro viernes, en dimensiones distintas y paralelas, pero
teológicas. Y, aquí, estaba lo bello y la clave de esa compresión a la que
llevaría el taller y la formación. En donde Jesús se convertiría en inspiración
y modelo y en donde como Jesús tampoco se obviaría la experiencia del Huerto de
los Olivos, desgarradora, terrible y reveladora del sentido del misterio de la
existencia, que se niega y se abandona al mismo tiempo en la comprensión
profunda de la vida asumida en su plenitud. Y eso es la experiencia de la vida
como fiesta porque nos lleva a la historia misma para que desde ella
comprendamos que tendremos que siempre volver a ella para tomar las fuerzas de
la fidelidad a ella. Parecería un juego de palabras, pero, la vida iluminada
por el sentido de Cristo como experiencia nos lleva a comprender que sin
viernes no hay sábado en el sentido teológico y existencial de la historia.
El domingo anterior
se había tratado toda esa gran verdad. Una fiesta, la Eucaristía. Una fiesta,
la semana Santa. Una fiesta cada día. Una fiesta la historia asumida, pero sin
disfraces y comparsas.
Se había insistido en
la idea de fiesta y ésta en la cotidianidad sin quebrantamientos históricos.
Sólo así se llegaría a la comprensión y asimilación del auténtico sentido del
sentido de lo que es la Semana Santa. Tal vez el recordar el ya y el ahora de
la evidencia y cumplimiento del anuncio del Reino de los Cielos como tarea
totalmente histórica concreta. Sin evasiones y sin divisiones. Era una gran
tarea y compromiso con la historia como interpretación de tomar la cruz y
seguir al Maestro[3].
Trabajo de asimilación y de comprensión en su más auténtico sentido teológico.
La fidelidad a esa comprensión comportaría, sin duda, la experiencia de la
historia como una vida asumida en el sentido de fiesta existencial. Sin negar
ni evadir los momentos del Huerto de los Olivos con sus incomprensiones
circunstanciales pero con su añadido de abandono para entrar en la dimensión de
la fe. Experiencia totalmente vivida como una verdadera experiencia dialéctica,
de menos a más en constante repetición y vivencia en carne propia.
La idea de ver la
vida asumida como una fiesta había tenido a todos entretenidos y entusiasmados,
tal vez, por lo sublime de esa gran verdad. Para algunos, quizás, podría ser
novedoso, pero, para otros, sería nada más que una simple confirmación de lo
que ya sabían y vivían, con todo y todo y a pesar de los pesares. Es
sorprendente evidenciar en muchos esa complementación existencial. Nuestra
gente ya lo sabe y ya lo aplica al enfrentarse sin muchas complicaciones a esas
verdades. No se podía negar entonces que el taller ya era un instrumento
revelador en cierta manera de esa verdad vivida en muchos o en todos, para no
hacer distinciones. Pero les revelaba que no estaban descubriendo ni el agua
tibia ni nada por el estilo sino que se aplica más de lo que en verdad se cree.
El sólo hecho de ser responsables en sus actividades diarias y el tomarse la
vida como fuese viniendo en su plenitud evidenciaban lo mucho que en verdad se
comprende esas verdades. Justo en esos momentos algunos o casi todos estaban
experimentando una vivencia religiosa en su más auténtico sentido histórico.
Tal vez les resonaría en sus recuerdos algunos pasajes de los evangelios como
el de la pesca milagrosa en donde Jesús les pedía a los discípulos que
volvieran a echar las redes, a pesar de que ya habían venido sin pescar nada y
la experiencia había sido de un aparente fracaso. Pero, la voz y el mando
decidido de Jesús con autoridad convencida era que había que volver a echar las
redes, para significar e insistir que es a la historia a la que hay que volver
porque en ella es donde encontraremos la comprensión de la propia historia.
Experiencia religiosa, justamente, ahí, en la historia. No en otra realidad,
porque sería, tal vez, una evasión.
Era inevitable que
los ojos de casi todos brillasen un poquito más de la cuenta. Brillo que
reflejaría que estaban comprendiendo y estaban experimentando lo fascinante que
es la Palabra de Dios. Misteriosa y sencilla. Sencilla y misteriosa. Y sublime.
Era inevitable
suponer que estaban entrampados por estas verdades. Si seguían ahí era porque
lo estaban. Y, aún, cuando no estuviesen ya el solo hecho de asumir la vida en
su plenitud significaba que lo vivían. Así de sencillo. Todo lo que se dijera
de más, al respecto, era una redundancia.
4.
La
idea del viaje había sido también resaltada en el primer domingo de los
talleres. Se había hecho referencia a un libro con ese título y se había
expuesto que la vida es un viaje en donde lo más importante no es el punto de
llegada ni del de la partida, sino el mientras se viaja. Es decir, que todos
los sitios son iguales, tanto del de donde se parte, como el a donde se llega.
No hay diferencias radicales, sino de estructuras materiales. Y así es la vida.
Muchas
expectativas antes de partir de cualquier lugar para llegar a cualquier otro sitio. Lo que hace que se
desee viajar y moverse de un lugar a otro. La idea del viajar o del movimiento
es lo que hace interesante ese deseo de transportarse y de dejar un lugar para
ir a otro. Pero, al llegar al punto de destino se descubre esencialmente que
era tan igual al lugar de donde se ha partido o salido. Al fin y al cabo, no
hay diferencias. Precisamente, porque al llegar al lugar de destino se llega
con la misma maleta que se ha partido del lugar que se salió. Y no se puede
dejar la maleta o el maletín del viaje porque ese es el detalle de nuestra
historia con su historial. El viajero que deja un sitio “A” llega tan igual a
un sitio “B”. Nada ha cambiado en ese transcurso porque carga su propia maleta
en la que lleva acumulada un poco de todo: de infancia, de formación de
familia, de su ciudad, de su barrio, de sus traumas, de sus anhelos y
esperanzas, de sus cosas que pueden ser pequeñas o grandes, ligeras o pesadas,
pero que son y constituyen su propia maleta. Y entre viajero y viajero la
diferencia es el tamaño de su maleta, entendiéndose que por su maleta se
refiere a su propia carga emocional fruto de su historial en su historia.
En
el pizarrón se había dibujado la idea de manera gráfica y era un poco parecida
a la que se señala aquí[4]:
En
donde “A” sería el lugar donde se estaba y de donde se parte o se quiere
partir, y “B” el lugar a donde se va o se quiere llegar, sin faltar la maleta
de viaje. Ambas ciudades, la de la partida y la de la llegada no tienen nada
que las haga diferentes, sino que una tendrá puentes y edificios que la otra no
tendrá; tendrá coloridos que la otra no, y otros muchos detalles que harán que
se viva con más confort o comodidad, pero que no garantizan que así sea, ya que
todo va a depender del viajero con su maleta en disposición de viajero.
No
se había dibujado la maleta y ese olvido obedecía caprichosamente a la intencionalidad
intuitiva propia de la dinámica del taller. Se había hablado de la maleta y se
había dejado para que cada quien se la imaginara como quisiera en el caso de
que esa idea hiciera algún eco y trabajo en sus mentes. Esa comprobación se
iría a verificar más adelante y que indicaremos en su preciso momento, porque
no podemos dejar de querer que quien esté leyendo estas líneas, justo ahora,
también siendo partícipe de los efectos del taller como si lo estuviese haciendo
también (de hecho si está a estas alturas todavía leyendo e interesado en lo
que está leyendo, ya es un indicativo de que lo está haciendo, en cierta manera…
Por eso se escribe este libro).
La
vida es un viaje.
Nos
movemos. Nos trasladamos de “A” a “B”. Lo fascinante no es la llegada, porque
todos sentimos como un no sé qué de desencanto cuando se llega a donde se iba.
¿Y esto era todo? podría ser la pregunta y la reacción existencial al llegar.
Tantas ilusiones y fantasías que se habían hecho antes de partir se derrumban
cuando se llega porque no es como se creía que era y es. Vienen las
desilusiones y las confrontaciones con la realidad, porque las cosas son como
son y no como hubiésemos querido que fueran. Un dejo de desánimo, tal vez, nos
invade. Porque no hay diferencias entre A y B como lugares. La maleta…
Pero,
en ese mientras se preparaba o se prepara el viaje para salir de A hacia B como
puntos referenciales de dos distancias, lo importante es la carga de emotividad
y de fantasía que le ponemos al mientras se parte. Se llena la cabeza de
fantasías y de proyecciones. Imaginamos que será de esta o de aquella forma y
maneras. Nos imaginamos de esta u otra lo que nos imaginamos. Y sería muy cruel
que no se realizara el viaje porque se nos quema abruptamente y de manera
violenta un mundo de cosas deseadas y añoradas allá dentro, aumentado una
lástima profunda por nosotros mismos y en cierta manera una repulsión
automática por quienes nos engañaron, en caso de que haya podido ser una
promesa. En ese mientras se prepara el viaje hasta nos compramos ropa nueva
para tener que lucir distintos y como otros en la ciudad a donde vamos, como si
con la ropa cambiara la situación, ya que todo depende del viajante y no del
sitio. Pero nos hacemos una comprita porque no está de más. En todo caso nadie
en absoluto notará que estamos estrenando porque nunca habíamos estado allá y si
hubiésemos estado, igual sucedería.
Con
la realidad del viaje, muy en el fondo, nos hacemos la ilusión proyectada y más
distante e imposible de que nos vamos a transformar. Que vamos a ser otros
distintos de los que somos y estamos de donde estamos. Para algunos es pura
ilusión porque nada cambiará. Tal vez se regrese con la maleta con más peso de
lo que se partió. Y, peor, aún, con más divisiones porque se añora volver a la
ciudad de donde se regresó porque sentimos que nos iba mejor que en la donde
estamos y hemos debido estar siempre en sintonía con el tiempo y el espacio.
Con toda seguridad se deseaba volver lo antes posible y no se perdía contacto
con la ciudad de origen. Entonces, ni fuimos ni nos quedamos; e, igualmente, ni
regresamos ni volvimos, sino que nos movimos con la maleta para ambos lados de
la única situación: yo mismo. Precisamente porque el viajero siempre tiene su
maleta, ya grande o pequeña, pero su maleta.
Existe
un cuento con una moraleja muy interesante que valdría la pena referir y
contar, porque ilustra esa manera real de la disposición del hecho del viaje,
en su sentido figurado, aplicado a la vida en todas sus dimensiones. El cuento
es: estaba un viejito sentado en una plaza de un pueblo, como a las diez de la
mañana. Tenía su sombrero apoyado en una de las rodillas y se cobijaba bajo las
sombras de los árboles de la plaza. Por la plaza no pasaba nadie. Tan sólo el
viento que soplaba y hacía que fuera más fresca la sombra para el viejito. Como
a la media hora pasa justo frente al viejo un transeúnte que a todas vistas se
veía que no era del pueblo, por su manera de caminar, por su vestimenta
elegante y su peinado moderno, por su hablar y por su manera de saludar. Va
directamente al viejito y después de darle los buenos días, sin más adornos, le
preguntó que cómo era la gente de ese pueblo. Por la manera de preguntar y por
el afán que tenía parecía que quería quedarse viviendo en ese pueblo. Llevaba
prisa. El viejito con su calma refrescada por la sombra de los árboles de la
plaza y por la familiaridad del asiento de cemento de la plaza en donde se
sentaba todos los días, le contestó al transeúnte: “Y, ¿cómo es la gente del
pueblo de donde usted viene, amigo?” El transeúnte tenía prisa y sin ni
siquiera respirar profundo para tomar aliento contestó: “La gente de mi pueblo
es: mala gente, son malos vecinos, no tienen consideración con nadie, son
envidiosos y traicioneros, piden prestado y no pagan…. Y continuó con una
letanía de cosas negativas del pueblo de donde venía…. El viejito después de
escuchar con mucha calma, a la vez que le daba vueltas al sombrero con las
manos, le contestó al transeúnte: “Así es la gente de este pueblo”. Y el
transeúnte siguió su camino como si lo estuviesen esperando en algún lugar del
pueblo. El viejito volvió a quedarse solo y ésta vez volvió a colocar su
sombrero en la rodilla derecha como para que descansara de las manos y como si
cubriese la rodilla para darle más sombra y frescura con el sombrero. Esta vez
le tocaba el turno a la rodilla derecha pues ya había colocado el sombrero en
la izquierda antes de la conversación con el transeúnte de la pregunta. No pasó
media hora, cuando pasa un segundo transeúnte, que por todos los detalles
externos era evidente que tampoco era del pueblo. Este segundo va directamente
al viejo y después de saludar con cortesía le pregunta al viejito: “¿Cómo es la
gente de este pueblo?” El viejito esta vez sin levantar el sombrero contestó
mirando al segundo transeúnte: “¿Cómo es la gente de su pueblo?” “Son muy buenos
vecinos, son muy solidarios, son muy considerados y respetuosos, son… son… y
son…. Y prosiguió con una letanía de cosas buenas, alabando al pueblo de donde
venía…. “Así es la gente de este pueblo”, contestó el viejito….
La
moraleja del cuento es que como se viene, se viene. Nada cambia. Si el pueblo
de donde se viene es como es, igual será el pueblo a donde se llega… Nada
cambia, sino la disposición. Igual sucede con la vida en todas sus dimensiones.
Las ciudades A y B son las mismas con diferencias materiales. Lo que las hace
diversas y distintas, o parecidas o idénticas, son los viajeros y sus
disposiciones.
En
ese segundo día del taller no se había hecho la referencia al cuento del
viejito, como tampoco, a la graficación en el pizarrón de la maleta.
5.
Para
ese segundo día del taller había muchas expectativas. Se esperaba que vinieran
algunos de los que no habían venido el primer domingo porque no habían podido. Se
esperaba igualmente que hubiesen corrido la voz y que algunos se hubiesen animado
por la convocatoria y por el efecto contagioso de los buenos comentarios que
supuestamente habían despertado la experiencia del primer día. Todos los
resultados inmediatos del primer día del taller arrojaban que así sería y que
sería mejor, por lo menos en cantidad de los asistentes. No se había hecho más
referencias ni invitaciones públicamente a la continuación del taller porque se
consideraba que no era necesario, y, no le era. Ya lo que había sido, había
sido. Y como había sido… Nada cambiaría la realidad.
Así
como el que viaja se hace y forma un mundo de expectativas de lo que será
cuando llegue, igual había sucedido con lo que se esperaba del segundo día del
taller. Por lo menos, aumentaría la cantidad de los asistentes, como si con
ello cambiase la esencia y la intensidad del taller. Habrá muchos que vendrán.
Eso era parte de las expectativas. La realidad era lo que iba a ser en cuanto a
la cantidad. No por ello menguaría la intensidad del mismo. Y, en cierta
manera, algunos habían sentido como un desencanto al ver que faltaban, sobre
todo los más jóvenes. Pero es parte del hecho del viaje aplicado a esa
circunstancia y a cualquiera de la vida.
Eran
los que eran y estaban. Los que no, pues, no estaban. No cambiaba ni cambiaría
en nada la realidad del sitio a donde se iba. El segundo domingo era, en cierta
manera, un sitio de llegada y era un viaje. No cambiaba nada. La realidad era
el taller con su metodología.
En
ese segundo día se había colocado de manera aparentemente inapercibida un
dibujo de un maletín en el extremo superior izquierdo del pizarrón. Y, así, si
se había omitido el dibujo del maletín el primer día como parte de la dinámica
y estrategia, ahora, con el mismo sentido, se colocaba un maletín. Y todos se
habían percatado del dibujo en el pizarrón. Un poco a la manera como se dibuja
aquí:
En
donde el cuadro grande grafica el pizarrón, y el maletín colocado en la parte
superior izquierda al maletín, sin más, ni menos. Claro que no tan grande el
maletín pero sea válido para graficar lo que se quiere en este momento. Se
habían colocado todas las ideas que habían surgido en ese segundo día en la
parte derecha, sin hacer para nada mención del maletín, porque era parte de la
estrategia de la dinámica de esa mañana. Pero no era necesario porque todos se
habían dado cuenta de ello y algunos hasta habían preguntado qué significaba el
maletín. No se había dado ninguna respuesta hasta su debido momento, que era al
final de esa sesión de esa mañana. El maletín estaba haciendo su trabajo subliminal.
Era lo que se pretendía y se estaba logrando.
No
sólo el maletín estaba haciendo su trabajo. También el lápiz en la boca
complementaba el trabajo que ya estaba haciendo aquel dibujo sin ninguna razón
aparente. Eso hacía que aumentara la intriga. Algunos, si no todos, estaban más
pendientes y atentos. Algunos miraban y se miraban entre sí como preguntándose
muchas cosas. Las miradas furtivas que se entrecruzaban y se dejaban traslucir
en algunos rostros indicaban que estaban intrigados y cuestionándose. Un mundo
de mundos de cosas pasaban por las mentes por algunos más inquietos. Quizás
para que no hablemos será lo del lápiz. Algunos, inclusive, veían en el maletín
una mueca de sus caras por el hecho de mantener el lápiz en la boca. Y miraban,
entonces, el maletín con cierto recelo, pero no dejaban de mirarlo porque lo
tenían de frente al estar en el pizarrón. No podían evitar mirarlo.
Todo
transcurría mejor de lo que se había programado, por lo menos por parte del
moderador que disfrutaba todo lo que estaba sucediendo en esa segunda mañana de
ese segundo día del taller.
6.
Se
esperaba, sin embargo, que los más jóvenes, y que eran los integrantes de uno
de los coros de la parroquia, llegasen en el transcurrir de esa mañana. Pero,
no llegaban, e, igualmente se les esperaba. Parte y elementos constitutivos de
las expectativas que se habían hecho de ese viaje, que en nada cambiaría la
realidad porque el viaje se estaba dando, con o sin ellos.
Ya
todas las ideas que habían salido en la metodología de lluvia de ideas estaban
colocadas en el pizarrón. Se habían leído todas en voz alta sin omitir ninguna.
No se había hecho ningún comentario sobre ninguna en particular y eso tenía a
todos más a la expectativa porque se suponía que vendría el proceso de eliminación
o crítica, en todo caso. No se había hecho. Y se notaba un no sé qué de
inquietud y de intranquilidad. Algunos se movían un poquito más en sus
asientos. Otros se pasaban las manos por los cabellos y con ello se hacía
evidente el contagio de la situación del momento que era la expectación in
crescendo, pero parte de lo que se quería, como para mantenerlos a todos en un
vilo expectante.
Ya
cuando se consideró que era el momento, el moderador tomó un pito de color rojo
que había pedido prestado para esa mañana, y que había colocado encima de la
mesa-escritorio del salón. Tomó el pito (silbador) lo mostró a todos los
presentes y les propuso la idea de ir sonando el pito en la medida en que se
fueran analizando las ideas colocadas en el pizarrón e indicadas por los que
habían intervenido. Todos dijeron que les parecía buena idea. Y, si no, pues
era lo que se había programado como estrategia de grupo. Pero se quería tener a
todos involucrados y para ello el moderador hacía que todo fuera muy fluido y
espontáneo, previa preparación, por supuesto. Porque es importante apuntar a
este respecto que si no hubiese habido preparación y estudio constante sobre el
tema y su dinámica, todo hubiera sido un caos. No se pretende recoger
determinadas frutas de un determinado árbol, si antes no se ha sembrado y
cultivado ese árbol. Absurdo que fuese lo contrario. Iría en contra del sentido
de la historia asumida. Por eso todo iba fluyendo con naturalidad y con
sorpresa. Además, no se dá lo que no se tiene… Y para que haya pues hay que
tener… O, sea, una constante confirmación de historia por historia… Una fiesta…
El
moderador siguió exponiendo su idea: vamos a analizar cada frase colocada con
la ayuda de todos, y después la aprobaremos o desaprobaremos. Si no la aprobamos
hacemos sonar el pito como en señal de alerta o como si fuese un fául (foul,
falta; la colocamos como suena coloquialmente) para indicar que está mal, y, la
tachamos con el marcador. Pidió la aprobación y el consentimiento de los
asistentes que asintieron con un sí espontáneo, precisamente porque estaban más
que involucrados con el desarrollo y desenvolvimiento. Era el momento una
fiesta: estaban en lo que estaban y eso era muy importante para su historia
existencial y psicológica. Sin negar que estaban tensionados hacia lo que fuese
a suceder con las ideas que cada uno había aportado como para comprobar que
estaban en lo cierto o no. Necesitaban en la inmediatez de ese transcurso de
tiempo salir de esa duda: o habían hecho bien al señalar la frase que habían
dicho o estaban equivocados. Tal vez esto era lo que los tenía a todos como con
angustia momentánea y pasajera, pero angustia, igualmente. Tal vez resonaría en
sus corazones agitados a esas alturas de la mañana, un rápido, a lo que vamos,
ya… qué espera… al grano que es lo que nace. Había, sin embargo, otra
posibilidad que es importante referir. Y era que no estuviesen de acuerdo con
la eliminación de su frase y se generara una discusión a ultranza para defender
sus derechos. Se trataba de libertad de expresión, además, del derecho de
palabra para objetar y exponer razones de por qué tal o cual frase se había
dicho y expuesto. Hubiera sido muy interesante en ese caso porque obligaría a
estudiar más a fondo para comprender comprendiendo.
Pero
ya todo estaba como estaba. Se había sembrado el árbol específico y se
pretendía recoger la fruta específica. Imposible que diese una fruta distinta
de la familia y especie en concreto de lo que se había sembrado. Imposible. No
podía y no puede contradecirse la historia consigo misma y con las leyes
universales. Sería un abrupto y una tragedia. Sólo la tragedia podría generar
tragedia, y eso desde un comienzo, y que
sería ya una confirmación de lo que se trae y se lleva. Se lleva lo que se trae
y viceversa. En el caso concreto de ese taller, era el resultado de quince años
de trabajo, en los que se había profundizado la constante de la cruz asumida en
la concreción de la historia, sin evasiones. Por lo menos se estaba consciente
de haberse hecho siempre. No últimamente o los últimos días. Siempre. Siempre.
Imposible, entonces, que se recogiera una fruta que no se había sembrado. El
árbol indicaba que era esa fruta y esa fruta se esperaba recoger. Había plena
seguridad que se había sido fiel a la historia y se había sembrado eso mismo.
Se esperaba que de los mangos salieran manguitos. No es tan cruel la
naturaleza, en todos los sentidos, ni tan absurda. No existe destino, sino
continuidad histórica en el tiempo. Decir lo contrario sería contradecir lo
creado y al Creador como expresión unitaria de una misma realidad. No se oponen
ni se distancian. Se complementan y se explican el uno en el otro y se
manifiestan como una misma expresión sin distinción. Experiencia sublime de
todo como una misma realidad en la que desde lo creado se llega y se transporta
a su Hacedor y desde él se vuelve a lo creado como la maravilla de todo cuanto
existe para comprender y vivenciar que es exultante y gozosa la experiencia
complaciente y contemplativa del único hecho de existir. Pero en fidelidad a la
historia y en la historia, sin otras historias, para dejarnos de cuentos o de
ilusiones que no serían más que evasiones. Ya el sólo hecho de considerar la
posibilidad de ver y experimentar lo creado y el Creador como dos realidades
que se oponen y se contradicen es una clara demostración del principio de
evasión. Y mantenerlo y comunicarlo sería la constante del inicio de esa
historia como viaje, con una maleta llena de cosas que nos estorban y fastidian
el mientras se va, para resultarnos penoso y lastimero nuestro existir. Y se
llegaría a la ciudad de destino como situación y predisposición existencial tal
como se partió con la misma maleta, tal vez, más llena de lo mismo con que se
salió. El resultado justo de una evasión como principio y de una evasión como
resultado porque sería la constante del mientras se va o se viaja, porque se
llega con lo mismo que se partió. Ni más, ni menos, aunque con un poquito de
más de lo mismo.
En
el caso del taller se había sembrado.
La
línea era la historia.
Se
había sido fiel a ella, a pesar de los pesares y los ayes. Era lo fascinante y
lo reconfortante.
El
resultado no podía ser otro que la confirmación de esa misma línea de partida.
Otra línea llevaría a otros resultados. Y eso tenía que ser, por la sumatoria
de los elementos, imposible.
El
moderador ya tenía la aprobación de los asistentes en que se haría sonar el
pito en caso de no aprobarse la frase a la que le harían el sometimiento y la
revisión. Sonó varias veces el pito para verificar si funcionaba. Se oyó dos o
tres silbidos que salían del aparatito rojo que se había llevado el moderador a
la boca para soplarlo y provocar un como alarido para indicar que si servía y
que era pito porque pitaba. El pito se asemejaba a una pomalaca o una pomarrosa
por su forma y su color vívido. Algunos se miraron entre sí como indicando que
si soplaba el pito y si sonaba como pito, entonces, era pito. No dejó que
alguno que otro soltara una risotada haciendo algún comentario oportuno
contagiando con ello al resto que lo acompañaba con carcajadas ruidosas y
festivas. También el moderador se carcajeaba, tal vez, el que más porque
también lo disfrutaba, y quizás, también el que más. Quizás los presentes no
veían al moderador como el facilitador a la distancia y al que viene a dictar
una clase, sino como el que les prolongaba sus proyecciones frente a ellos, y
se daba un ambiente de camaradería muy peculiar y singular propia del momento y
de ellos. Aquello no parecía una clase o algo por el estilo, por lo menos no se
hacía sentir así ni del moderador ni de los participantes; era, más bien, una como
tertulia en donde todos estaban involucrados y en donde se la pasaba bien
interviniendo y compartiendo ideas, sentimientos y la misma experiencia del
viajar en común, cada cual con su maleta, que era lo que estaba haciendo la
diferencia. Lo demás era un todo y en lo mismo con sus individualidades en
compañía en el movimiento en constante transcurrir. Tal vez tenga razón el
filósofo al decir que el agua del río no es la misma porque está en constante
pasar para indicar lo que fue, fue, y así es, para resaltar la perpetuidad del
presente, diferente en fracciones de tiempo imperceptible pero real. Que si se
aplicara siempre esa máxima parafraseada en la idea y no citada en textual se viviría
en total apertura existencial porque el agua que acaba de pasar ya pasó y queda
la que está pasando que ya no es, sino la que vendrá. No nos aferraríamos al
sentimiento, tal vez negativo acabado de sentir, porque ya pasó, y nos
abriríamos al que viene y al que viene, y, así en constante esperar y sentir,
como lo que significa en sí la famosa palabra dialéctica. Eso es fruto de una
auténtica experiencia de apertura, sin olvidar, por supuesto el cauce por donde
pasa el río que es justamente el caudal que hace la historia, porque el río si
se desvía hacia otros cauces distintos al que ya tiene por el transcurrir
constante, causaría estragos por donde pasaría porque se desbordaría y
arrasaría todo a su paso. Y no…
No
filosofaban ellos de esa manera, por lo menos de manera discursiva como aquí,
pero si lo vivían, quizás tan profundo o más que como se está pretendiendo al
escribirlo. La intensidad de lo que estaban viviendo era real y concreta. Las
intervenciones y el ambiente de esa mañana así lo indicaban. La fogosidad del
momento como momento del paso justo de esa porción de agua señalaba que se
estaba viviendo el presente con intensidad. Lo que será, será, y no les tenía
preocupado sino lo que estaban vivenciando, aunque no se negaba que la tensión
estaba precisamente en el pizarrón y en la posibilidad del grito que emitiría
el pito en cada soplada que se hiciera cuando se analizara todas las frases que
se habían señalado y apuntado.
7.
“Como
estamos claros y todos de acuerdo” - de nada valdría no estarlo porque así ya
se había programado como metodología - “con que sonemos el pito para indicar
que no aprobamos la frase que vayamos a analizar, vamos al grano que es lo que
nace, como dice el refrán”, apuntó el moderador, a la vez que soltaba una carcajada
auto aprobándose el refrán que acababa de citar. Algunos se movieron en sus
puestos como para acomodarse y como sin con ello garantizaran que no les fueran
a eliminar sus aportes que estaban apuntados en el pizarrón.
El
moderador en una mano tenía uno de los dos marcadores con lo poco que quedaba
de ellos, y, en la otra, el pito rojo con parecidos a una pomarrosa o pomalaca.
Se dirigió al pizarrón dando la espalda a la audiencia en expectativa e
implicada en lo que estaban. “Pasión, muerte y Resurrección del Señor” (P. M.
R. Sr.) leyó en voz alta y se dio unos pasos atrás como si se espantara y se
distanciara de lo que acababa de leer. Repitió varias veces, tal vez tres, la
misma frase en forma de pregunta. Algunos apretaban el lápiz que tenían en la boca
y se movían en sus sillas. Todos quedaron en silencio por un pequeñísimo
espacio de tiempo lo que indicaba que igualmente se cuestionaban. Y el pitido
que emitió el aparatico rojo invadió todo el salón en esa mañana. Se entreabrieron
más los ojos y los movimientos de las cejas mostraban la sorpresa sin evitar
algún que otro movimiento de cabeza, como confundidos. El moderador se volvió
hacia la audiencia para comprobar lo que se sentía en los presentes. Nadie
decía nada. Quizás la sorpresa los tenía paralizados. Tal vez esa actitud del
moderador era desafiante y retadora para esperar reacciones defensivas. Nadie,
sin embargo, decía nada. O, no tenían argumentos, o aprobaban con su silencio
paralizador. Y volvió a dar la espalda para ir al pizarrón y tachar con una x
grande la frase, a la vez, que volvía a pitar por dos veces repetidas
reiterando con ello que confirmaba la eliminación de la frase.
“¿Sucede
la pasión, muerte y resurrección del Señor en Semana Santa?” Se tenía claro ya
que la Semana Santa no es hacia el tercer o cuarto mes del año civil, sino
todos los días cuando la comunidad de creyentes se reúne en torno a la Mesa
para conmemorar el mandato de Jesús, perpetuando en el tiempo por la acción del
Espíritu Santo la obra de la Redención, en el mandato cumplido en la Iglesia.
Más, aún, cuando cada día se asume la cruz con dignidad y gallardía, a pesar de
los pesares, o, mejor, con los pesares y ayes del día de la historia
individual, que es la constante del mensaje de Jesús en los Evangelios. Sobre
esa línea del mensaje de Jesús se había insistido por cerca de quince años
consecutivos, por todo y para todo, hasta en la sopa, como se dice.
Una
de las frases apuntadas en el pizarrón era la palabra “Conmemoración”.
El
silencio era aprobatorio e iba acompañado de un movimiento de cabeza afirmativo
un poco tímido. Quizás este movimiento indicaba que en el cerebro se estaban
dando ajustes por esta verdad conocida y confirmada en el taller de formación
preparado para esa cuaresma, como muchas de las muchas vividas hasta entonces y
siempre. No había ninguna novedad al respecto. Quizás para algunos fuese una
sorpresa. El silencio, quizás, mostraba que estaban en un trance místico
transitorio de asimilación de esa verdad teológica y hasta no se podría negar
que estarían experimentando un flash repentino de comprensión y de revelación
al mismo tiempo. Una verdadera y auténtica experiencia mística, tal vez, como
la de Pedro en el relato de la pesca milagrosa. Tal vez, porque es, según ese
relato, en donde se evidencia una experiencia religiosa y mística, precisamente
porque se experimenta que es a la historia donde se ha de volver porque es en
ella donde se complementan vida y acción con conexión histórica. Sin desfases,
sino en complementariedad porque se explican en una misma realidad, que es la
historia. Por eso, vuelan a echar las redes…
Se
tenía clara la concepción teológica de la Semana Santa, como, igualmente claro
la concepción religiosa de la Semana Santa, que aunque pareciera una repetición
son diferentes. Porque al comprender el sentido teológico de la Semana Santa
llevaba a llevar la cruz de cada día con el más auténtico sentido del
compromiso real con la historia, con dignidad, a pesar de los pesares, en el
más estricto sentido existencial, del que abarca a todo ser humano,
indistintamente de su credo. El sentido religioso, en cambio, era y es la
celebración ritual del sentido teológico, que es indispensable en la liturgia,
como apuntan los documentos de la Iglesia sobre estos temas. De hecho, no se
puede separar rito de misterio en la celebración de la Iglesia al conmemorar el
mandato de Jesús en la última Cena con los doce. El rito es importante porque
es la manera como se celebra el misterio en continuidad histórica como legado
histórico de la Iglesia. Pero, tampoco se trataba y se trata de un apego
estricto a las rúbricas del cómo debe celebrarse sin comprender que se está
repitiendo el misterio redentor de la Cruz, por Cristo y en Cristo. Y esta
última manera comprensiva de ver esas realidades llevaba y lleva a comprender
que quien muere en la Cruz es Cristo por la humanidad y que la Iglesia al
cumplir el mandato dado por su fundador, como obra del Espíritu Santo, que la
continúa, está siendo fiel, tanto al cómo y al qué. Al qué, porque perpetúa en
el tiempo conducida por la acción del Espíritu Santo, la redención realizada en
la cruz por Cristo, y recuerda al género humano de todos los tiempos que nos
acercamos a esas verdades cargando cada uno con su propia cruz de cada día.
Justo ahí el sentido teológico de la Semana Santa, que es todos los días,
porque la historia y a la historia sin escapes ni evasiones, reconfortados
siempre por la conmemoración de la última Cena para iluminarnos con las
palabras y el sentido sacrificial del que es modelo Cristo, luz de las naciones
y gloria del Padre para beneficio único y exclusivo del hombre. Y al cómo, al
ceñirse respetuosamente a la manera de como se ha celebrado siempre por la
Iglesia a través del tiempo y en donde la experiencia ha de ser siempre en línea
del qué, que es lo que lo explica todo en la Iglesia, que no es otra cosa que
la liberación de lo que nos atan tantas cosas en la vida. En fin, la
experiencia de “la libertad de los Hijos de Dios”.
El
qué y el cómo de la celebración de la conmemoración de la última Cena van
unidas. No una en menoscabo de la otra. Y sin sacrificios ni descuidos de una
por otra. Las dos juntas. De hecho, cuando se da preferencia a una se perjudica
el conjunto. Así, cuando nos ceñimos a las rúbricas y a la manera de cómo debe
hacerse, nos esclavizamos y nos creamos más problemas, y, peores, porque se nos
genera el enfermizo sentido de la escrupulosidad religiosa de que se debió
hacer así y no se hizo. Y, entonces, se ha estado lejos del qué, que es la
experiencia liberadora y gozosa del misterio que abarca a todo el ser hasta lo
más profundo, transformándolo. Lo libera y lo desata de ataduras añadidas por
costumbres heredadas, como la de comer o no comer pescado en esos días, como si
hubiese diferencia entres esos días y los otros; como muchas otras propias de
lugares y culturas. Tampoco sería sano y saludable, en aras de un criterio de
comprensión de un poquito de más allá del común, que no se realicen ciertos
patrones del ritual de la Iglesia, porque pretendemos haber comprendido todas
esas verdades. Y, entonces, se omitan muchas cosas y detalles que ayudan a la
comprensión de ese mismo misterio que es la redención y su celebración, y que
connotan un elemento afectivo y emocional, justamente para ir creciendo en la
sensibilidad de la experiencia de la libertad de los Hijos de Dios.
El
qué y el cómo de la conmemoración separados sería realmente peligroso para la
Iglesia y para la historia. Si le diéramos mucha y más importancia al qué
correríamos el peligro de convertirnos en demasiado racionales, en donde hasta
se descartaría la posibilidad de la imaginación sensible, sino sólo lógica. Y
esto es necesario para una salud mental y emocional y comprensiva de esas
verdades. Igualmente, si le damos mucha y/o más importancia al cómo, nos
traería serios problemas, ya que nos convertiríamos en esclavos de una ropa, de
un color, de una comida, de una manera, de una postura, de un rezo, de una
fórmula, de una hora, de un así o asá. Y, en vez de liberar nos ofuscaríamos
hasta la confusión mental de la escrupulosidad religiosa. En otras palabras,
nos alejaría de la historia, y para parafrasear lo que han dicho algunos
filósofos, no alienaría y nos convertiríamos en dominados por las
circunstancias y no dueños de ella, o lo que sería igual a decir, en locos.
Justamente por la no adecuación de la mente con la realidad, que en esta línea
no es otra cosa que la historia, como la medida y el medidor del existir en el
tiempo y el espacio que nos está tocando afrontar, con todo y todo, y, a pesar de
los pesares.
Ver
y experimentar la Semana Santa sólo hacia el tercer o cuarto mes del año civil,
es, precisamente una manera de priorizar el cómo, en vez del qué y el cómo
juntos. No se obvia que la Iglesia es sabia, madre y maestra, y, como tal,
coloca sus tiempos fuertes, justamente para llevar al conocimiento de esas
verdades. Pero, la Semana Santa es cada día y todos los días, porque la Semana
Santa es un sentido teológico y existencial de vivir la historia de cada día,
como asumida. Vivir la Semana Santa en esa perspectiva es vivir la vida con
sentido teológico a plenitud y es comprender que la historia como el día a día
con sus afanes es la única medida y comprobación.
Esa
verdad y experiencia son la medida de libertad de los Hijos de Dios.
8.
El
moderador ya había tachado en el pizarrón la primera frase con todo lo que
decía. Había confirmado su atrevimiento con varios pitidos con el pito rojo que
tenía en sus manos. Nadie de los que estaban presentes había alegado
absolutamente nada. El silencio era aprobatorio del atrevimiento del moderador.
Otro
tanto, les fue sucediendo a las frases siguientes. Tachadura con una x grande y
acompañado de un estrepitoso ruido emitido por el pito había sido la sentencia
para cada una, en escalada descendente. Por lo menos, para las tres frases
siguientes porque casi espontáneamente y al unísono los asistentes al taller
dijeron que la misma suerte les tocaba a todas y que no era necesario seguir de
una en una, ya que todo estaba claro.
No
había nada qué añadir.
Los
resultados habían sido más que maravillosos. No había que decir mucho. Todo
estaba asimilado, por lo menos así parecía. Había que aplicarlo cada uno en su
cadaunada, es, decir, en sus circunstancias. Tampoco se estaba descubriendo el
agua tibia ni la pólvora ni nada por el estilo. Se trataba de recordar que esa
es la vida, e, igualmente, de reconocer que la gente lo comprende así, al vivir
la vida como vaya viniendo, sin mayores aspavientos ni tambores, ni nada
sorprendente. Había que asomarse a la puerta o salir a la calle o ver al vecino
o a la misma familia o ellos mismos para comprender que eso se sabía y se sabe…
Eso se vive… Se aplica… ¿dónde estaba y está lo nuevo? Tal vez, en comprender
que lo comprendían y lo sentían como sorpresa y agradecimiento, como Pedro en
el relato de la pesca milagrosa, para expresar en admiración “Señor”, y
descubrir, justo ahí, en la comprensión repentina, que se trataba y se trata de
una revelación apegada al más auténtico sentido de la historia, a la que hay
que ir siempre, y, a pesar de todo, otra vez siempre. Tal vez sea el relato de
la pesca milagrosa el ejemplo más claro en la Biblia de una experiencia
religiosa, que es acompañada por la frase o su sentido de sorpresa de “Señor”
al comprender que tiene sentido el sin sentido de lo cotidiano y que en lo
cotidiano nos encontramos con el sentido de nuestra existencia. Y la gente ya
lo experimenta, así vaya o no a la Iglesia, así haya o no asistido a ese taller
de formación para la Semana Santa. A años luz que la gente lo vive, lo entiende
y lo experimenta… ¡Será por eso que se identifica con el Nazareno ya que él
cargando la cruz y de color morado les significa su proyección y acompañamiento
en la vida! ¡Cuán sabia y teóloga e histórica es nuestra gente y lo ignoramos!
-- ¡Qué bonito!- dijo
una de los asistentes. Y tenía los ojos humedecidos. Se le abría los ojos a la
cotidianidad y a lo de todos los días, que no era nada nuevo, pero revelador
para amar la cotidianidad, a pesar de los pesares.
Y
se quedaron en silencio… Tal vez, cada cual asimilaba que a su cadaunada… a la
suya… no a la otraunada (y sea válida esa palabra para significar lo que en
filosofía del arte se llama y se tipifica como lo inexpresable del arte, lo que
hace que sea bello porque se convierte en la palabra o clave de lo que se
quiere expresar, pero que no se logra y resume todo lo que se quiere decir).
Cada uno a su cadaunada… o cada otro a su otraunada… Quizás eso explicaba el
silencio. Y, quizás ese silencio, era lo bello o la frase o comportamiento que
se encontraba pero que lo decía todo, porque, también ese taller, justo en ese
momento, estaba logrando ser y convertirse en una bella obra de arte. Y lo era…
Y era bello… Era bello… También una experiencia religiosa, y eso que no estaban
rezando, ni nada de esas cosas… Era y es la realidad… No, más; no, menos… O,
eso mismo, aplicado a la imagen del Nazareno que significa tanto para nuestra
gente, sobre todo, el miércoles santo, se convierta y sea la sublimación de la
expresión de sus vidas asumidas con dignidad y gallardía, a pesar de los
pesares, de las que esa imagen, justo en los días de la Semana Santa,
celebración como ritualística y populista, sea más de lo que se cree, porque
les plenifica y plasma sus propias vidas. También bello, porque la vida se
convierte en obra de arte con la cruz, y el Nazareno quien les exprese lo que
no logran con palabras o gestos y hechos. Sorpresa de sorpresa.
A
estas alturas todos tenían que estar en silencio, aún, ahora con estos
hallazgos de sorpresa que descubren la vida con su arte y belleza. Y con los
ojos humedecidos por las suaves insinuaciones de la comprensión de esas
verdades ya vividas de manera práctica y diaria.
9.
Terminada
la sección de eliminación de las frases en el pizarrón acompañadas por el
sonido del pito cada vez, se procedió a una especie de plenaria general para
recoger todas las impresiones. No podía faltar la pregunta de por qué el lápiz
en la boca. Algunos como a la defensiva afirmaron que se trataba de una manera
para que no hablaran. No era esa la idea inicial cuando se diseñó esa
metodología. El moderador dejaba que opinaran y eran contrastantes todas y para
nada acertadas. Se generó un murmullo de opiniones y pequeños alegatos entre
algunos. El moderador observaba. Era la estrategia y estaba dando resultados.
El
lápiz en la boca era una aplicación de un ejemplo propuesto por algunos estudiosos
de la neurología o neurociencia social para ayudar a mejorar las relaciones sociales
que son la clave y el desenlace concreto de la inteligencia emocional. Para
ello se había estado leyendo los dos tomos de Daniel Goleman sobre estos temas
tan interesantes (Inteligencia emocional, uno; y el otro, Inteligencia social),
y, el moderador, inquieto en estos recovecos de la mente humana, con una gran
expectativa había propuesto y dispuesto que se colocaran un lápiz en la boca
para disponer intencionalmente los músculos faciales de los asistentes y
ayudarlos a sonreír y generar un sentimiento positivo (cfr. Daniel Goleman,
Inteligencia Social, La nueva ciencia para mejorar las relaciones humanas,
Editorial Planeta, Bogotá, p. 31, 2006). Teniendo en alta consideración que
nuestros comportamientos sociales inmediatos son instantáneos e involuntarios,
fruto de las “neuronas espejo”, porque reflejan la acción que observamos en la otra
persona, haciendo imitar esa acción o tener el impulso de hacerlo (cfr. pp.
59-75). Intervienen sobre manera lo que los estudiosos llaman el camino alto y
el camino bajo, sobre todo, a nivel de reacción inmediata inconsciente-natural
que es lo que refleja las “neuronas espejo”. En el caso de una reacción
inmediata instintiva interviene el camino bajo, que nos refleja tal como somos
y sentimos; mientras, que el camino alto procede a procesar en fracciones de
segundos esas reacciones y lleva a un comportamiento mesurado por la
conveniencia, en este caso social y de convivencia. Y como aquel taller se
proponía también una convivencia entre todos los asistentes, se trataba de
ayudar a dar los elementos para que así fuera.
El
moderador expuso los motivos del lápiz en la boca. Explicó de dónde había
tomado la idea e insistió que puede ser una estrategia para ayudar a que
nuestras facciones positivas, en el caso de los músculos de la cara, estimulen
en el que nos oye y ve reacciones positivas al hacer que parezcamos que estamos
sonriendo. La otra persona va a reaccionar naturalmente a esa energía que
percibe y nos la va a transmitir, generando con ello un ambiente interpersonal
mejor, por lo menos en intención, porque también vamos recibir lo que el otro
nos está transmitiendo.
Las
carcajadas fueron espontáneas. Quien más que otro. Pero, nunca habían pensado
que tendría esa motivación. Algunos señalaron que habían pensado que era para
que no hablaran e interrumpieran en el transcurso de esa mañana. Y comenzaron a
burlarse entre ellos. Que usted ponía la cara así, que usted asá….. jaja ja
jajajaaja y más jas, de risotadas espontáneas y alegres…. Yo me quitaba el
lápiz para descansar un poquito pero me lo volvía a colocar… que yo estaba
pensando que por qué…. Será que el moderador está disgustado… y bla… bla…..
bla… Cada uno daba y compartía sus impresiones y sus experiencias de
expectativas del lápiz en la boca durante esa mañana del domingo…. Era festivo
el momento….. j aja ja jaja ja jajaj …. Y más jás. Tal vez mil millones con o
sin el devalúo…. Ja aj aja jajaj.
Faltaba
algo, sin embargo, por dilucidar por lo menos para esa mañana del segundo
domingo del taller de formación sobre la Semana Santa. Y es el siguiente
apartado…. Ja jaja ja jaja ja j aja jaja….y tres jas más…
10.
Un detalle los tenía
también intrigados. Algunos ya habían hecho referencia y habían preguntado. No
se había dicho nada, ni siquiera se les había dicho que se fijaran en él, pero
todos se habían percatado. Y era el dibujo del maletín en la esquina superior
izquierda del pizarrón.
Y el maletín, qué
significa – preguntaron como en coro, ya no angélico, sino de gente con los
pies en la tierra, por lo menos después de hacer teología del sentido de la
cruz y de la teología de la vida en la cotidianidad.
El
moderador refirió un libro que llevaba por título “el viaje”. Expuso lo que, en
líneas generales decía y exponía el autor, y lo aplicó a la vida. Enseguida
señaló que la vida es un viaje. Se parte de A hacia B. No es tan importante el
de donde se sale y al donde se llega, sino en el mientras se va. El mientras es
la señal que estamos viajando. En el mientras se forjan ilusiones y propósitos
con metas. Se lucha por conseguirlo y hacerlo realidad, mientras se continúa el
viaje. Al llegar se experimenta un dejo de desencanto, porque no es ni era como
se había pensado mientras se iba o cuando se disponía a salir. Pero, eso ya es
fruto de las expectativas porque la vida es la que es y no tanto la que nos
imaginamos que sea. La vida es así. Pero el mientras es importante ya que es
señal de que estamos vivos y viviendo.
Partimos
de A a B. Llegamos. Y eso en continuidad. Ya que todo es un continuo viaje.
Cada cosa que emprendemos y realizamos es un viaje, con sus respectivos
mientras se iba. En todo y para todo y constantemente.
Todos
tenemos una maleta para el viaje. No es necesaria la maleta pero la tenemos. Si
no tenemos maleta no podemos hacer el viaje. Pero es que no se quiere la
maleta. Es imposible asumir la vida como un viaje y en constante. La maleta no
es indispensable pero no podemos salir sin la maleta. La maleta nos la
colocaron y en ella estamos colocando un poco de todo. Un poco de historia de
familia, un poco de historia de nuestra niñez, un poco del barrio, del pueblo
donde crecimos, un poco del papá, otro de la mamá y de todos los integrantes de
nuestras familias, nuestras experiencias personales acumuladas, nuestros
dolencias físicas y emocionales…. En fin de todo, un poco de camino bajo y otro
de camino alto en conjunción y en equipo para que ese mientras, se nos haga muy
bueno, bueno, o menos bueno… Pero, igual será… Y en movimiento siempre…
En
ese caminar, en el mientras, ajustaremos el contenido de la maleta. Meteremos
muchas cosas más de las que ya teníamos cuando partimos. Pueda que se nos haga
demasiado pesada en el mientras vamos. Entonces, tenemos que detenernos y mirar
qué es lo que tenemos que tirar. Habrá cosas que no podremos tirar: nuestra
historia. Pero hay cosas de esa historia que podríamos empaquetar mejor y
colocarlas en una esquina de la misma maleta, para continuar. Lo ideal sería
poder llegar al sitio de llegada con la maleta y con lo indispensable para
llegar sin haber colocado más de lo que se debía. He ahí el problema. A veces
las cosas negativas son lo que está de más. Aunque si somos positivos, desde
una psicología natural (muy aplicada hoy en día por algunos sectores de las
ramas de la psicología), también con lo negativo ya que eso mismo hará
recordarnos que tiene validez teológica en nuestras vidas la maravillosa
lección del trigo y de la cizaña, según las parábolas de los Evangelios.
En
ese caminar y mientras se va, tampoco se trata de ser desprevenidos con el
futuro y no ser precavidos para asegurarnos una vejez tranquila. Eso no implica
que, entonces, no vamos a buscar tener una buena economía para cuando seamos
viejos o que no tengamos donde caernos muertos, como se dice. Eso ya raya en el
extremo. Pero, tampoco de exagerar la nota de una avaricia desmedida que nos haga
la maleta demasiado pesada. Ni tan vacía que no se tenga ni lo material; ni tan
llena, que no se tenga lo espiritual como dimensión de desprendimiento y apego
a lo material. En su justo equilibrio. Claro, que esta parte no se dijo en el
taller. La está diciendo el autor del libro como cosa suya, en cuanto al viaje
de la vida, y la vida como viaje, sin dejar de contar el viaje de años que se
acumula en el vivir, sobre todo, si se llega a viejo. Y aquí una carcajada….
Ja…. Mejor tres millones de jas.
Esa
es la vida: un viaje… No dejará de haber quien diga que un sueño…
11.
En
el domingo siguiente los viajeros del taller eran más pocos. Ya no sólo eran
los muchachos del coro de la mañana, sino unos cuatro más, los que dejaron de
asistir. Pero, el viaje continuaba en ese viaje, porque cada uno sumaba sus
propios viajes en los muchos del viaje de sus vidas. Eran los que eran y
estaban los que estaban. Los que no, estaban en otro viaje. De hecho, era
imposible que los cuatro que no habían venido esta vez pudieran haber asistido,
ya que la hija de una de las señoras-muchachas del coro y nieta de una de las
señoras-señora del taller, el día anterior había estado celebrando los quince
años de edad, y, como era más que lógico, prevalecía la realidad y la historia,
y esa fiesta había sido a todo dar. Eso si que había sido un viaje y de los
buenos. Y algunos, sino todos, todavía no se habían acostado y eso que ya era
domingo como las nueve y media de la mañana.
El
moderador dio los buenos días.
Ese
día se iba a asignar el maestro de ceremonias de las celebraciones de la Semana
Santa de la parroquia. El moderador propuso la idea de que a pesar de ser
conocedores de todas las verdades que se habían estudiado y redescubierto en el
taller respecto a la Semana Santa, no se podía, sin embargo, obviar que el rito
es importante en la liturgia de la Iglesia. Y que sin olvidar lo esencial
siempre se ha estado en sintonía con los tiempos históricos en la parroquia. Este
año, como todos los años, habría la importancia para todas las celebraciones
litúrgicas. Recordó a la encargada de los lectores su importancia en el
servicio de la liturgia; a los ministros extraordinarios su función y su papel
en el altar, a los cantores su rol de servicio para toda la comunidad. En fin,
todos para todo y todos para una misma realidad: la celebración de los días
festivos dispuestos por la Iglesia para el crecimiento de la persona humana, en
especial, los cristianos.
Se
asignó de inmediato el maestro de ceremonias, que era el mismo que venía siendo
durante el año. Acto seguido el moderador hizo un recuento de todo el taller de
manera resumida. Recordó la idea del viaje. Ahí se detuvieron un poquito porque
hubo planteamientos y aproximaciones a las verdades de la vida, y todo siguió
su curso.
Para
terminar el moderador dijo que había comenzado a escribir un libro sobre la
experiencia del taller y que lo tendría disponible en dos semanas.
De
hecho.
[1] Expresión Tehilderiana.
[2] Quién entiende el corazón del hombre se pregunta en
los salmos….
[3] Cfr. Christifidelis laici en toda su comprensión.
[4] En el pizarrón sólo se había dibujado las
referencias A y B y el muñeco e igual que el rayado entre las referencias. No
se había dibujado la maleta. La maleta se hace en este libro para ilustrar
mejor lo que se estaba señalando y se quiere resaltar ahora.